«No hay una pastilla para curar el duelo»

Ana Martínez
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«No somos capaces de nombrar la muerte y no por ello vamos a dejar de morir»

Presidenta de Talitha, asociación de apoyo en los procesos de duelo. - Foto: Rubén Serrallé

En una primera impresión parece que tiene lluvia en los ojos. Pero su sonrisa contradice cualquier atisbo de tristeza. Perder a un ser querido es duro, y si es tu hijo, mucho más. Es antinatura, lo normal es que mueran los ancianos, los padres antes que los hijos. Pero tampoco nos han enseñado a normalizar la muerte como parte del ciclo vital ni a convivir con la pérdida. Sigue siendo tabú, como lo es el suicidio o el duelo, un proceso lógico y frecuente que hay que visibilizar para naturalizar y normalizar. Para ello nació Talitha, una asociación que con la acogida, la escucha y el apoyo mutuo confecciona los colores de su bandera. La asociación tenía previstas sus tradicionales jornadas formativas e informativas para este viernes y sábado, pero finalmente las ha tenido que posponer, con toda seguridad, al mes de junio. Desde hace cuatro años, Pilar Martínez Tierraseca es su presidenta, también socia fundadora de Talitha hace 15 años.

¿Por qué llegó a Talitha?

El 26 de diciembre de 2004 mi hijo Iván, con 22 años, murió en un accidente de tráfico. Cuando menos te lo esperas, cuando sientes que eres feliz con tus dos hijos, con tu trabajo, con la familia, cuando te sientes realizada, de repente, tu vida se para, cambia para siempre. Hay un antes y un después de esta pérdida. Sentí rabia durante mucho tiempo, estaba enfadada con el mundo, veía a los amigos de mi hijo y los trataba con mucha rabia porque ellos vivían y mi hijo no. Meses antes de la muerte de Iván había fallecido de muerte súbita el hijo de Emilia. Me buscó para ayudarme y al hablar con ella sentí que era la única persona que me entendía. Y así nació Talitha, de la necesidad de cinco matrimonios que habíamos perdido un hijo de unirnos para trabajar juntos, para apoyarnos y lograr entender lo que nos estaba pasando.

¿Cómo fueron esos inicios?

Basándonos en la comprensión mutua nacieron los grupos de autoayuda, para nosotros la mejor terapia, porque somos los que sabemos entender a las personas que vienen a la asociación y que han sufrido una pérdida. El éxito de Talitha son sus voluntarios, personas que vivieron su duelo y deciden ayudar a otras que se encuentran en proceso. Tenemos a los profesionales que necesitamos, pero su trabajo es distinto. Nuestros voluntarios están formados porque son los encargados de la primera acogida y de dinamizar los grupos de autoayuda. En función de las necesidades que detectamos en cada persona, a veces tenemos que derivarlas al Teléfono de la Esperanza. También ofrecemos talleres de yoga, club de lectura, tenemos un grupo de meditación y relajación, técnica fundamental para aprender a escuchar nuestro cuerpo y así entender las somatizaciones. También se trabaja la palabra, ponemos voz a los sentimientos y a las emociones y, a la semana siguiente, lo danzamos, puesto que con la palabra y la voz ponemos la razón, mientras que el cuerpo y su movimiento nos aporta una información muy valiosa.

¿Cuántas personas han podido pasar por Talitha en sus 15 años de funcionamiento?

No sabría calcular. En estos momentos somos 160 familias asociadas y en 2019 gestionamos 148 llamadas, que suponen otras tantas citas y acogidas. Algunas personas se quedan en los grupos de Talitha, pero otras, cuando nosotros les normalizamos y naturalizamos lo que les está pasando, no necesitan más atención ni más terapia. En esta primera acogida, Talitha facilita el folleto Vivir cuando un ser querido ha muerto, con las versiones para adultos y para niños. Nos encontramos con personas que sabiendo que es normal lo que les está pasando, no necesitan volver. En realidad, la elaboración de un duelo no tiene por qué necesitar una atención especializada. No hay medicación, no hay una pastilla para curar el duelo, porque si te duerme no te ayuda a elaborar nada. Es cierto que hace falta que pase el tiempo, pero si ese mismo tiempo no lo vives, no corre. Si tú te duermes hoy y despiertas dentro de un año, estarás igual que hoy. El duelo hay que vivirlo, no se puede saltar, porque al final sale cuando menos te lo esperas y de la peor forma.

 

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