«Los nacionalismos excluyentes reflejan primitivismo»

V.M.
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«La Naturaleza carece de ideología y de propósito»

El catedrático de Física Teórica José Adolfo Azcárraga, en el Ateneo Albacetense. - Foto: Ví­ctor Fernández Molina

El doctor en Ciencias Físicas José Adolfo Azcárraga Feliu ofreció una conferencia en el salón de actos del Ateneo bajo el explicativo título La teoría de la evolución de Darwin y por qué es importante hoy.

¿Por qué, a su juicio, tiene tanta vigencia esta teoría en la actualidad?

La tiene porque explica el origen de las distintas especies. Este 2019 celebramos el sesquicentenario de la Tabla Periódica de Mendeleiev (1869); la nucleosíntesis, que se debe especialmente al físico Fred Hoyle, es de 1946. De la misma forma que el origen de los distintos elementos requería una explicación (por ejemplo, ¿cómo, cuándo y dónde se produjo el carbono, esencial para la vida?), también era necesario dar cuenta del de las distintas especies. Darwin responde precisamente a esa cuestión. Y no sólo eso: la etología, la ciencia del comportamiento animal, también se aplica a los seres humanos. Estoy seguro que muchos nacionalistas excluyentes se sorprenderían si supieran que sus sentimientos son resultado del mecanismo biológico de fijación (prägung en el original alemán), responsable de nuestra vinculación al entorno en los primeros años de vida, que no ha sido atemperado por una educación abierta. Por ello, los nacionalismos excluyentes reflejan sobre todo primitivismo biológico, el que permite que los de Cantacucos de Arriba puedan sentirse diferentes y superiores a los de Cantacucos de Abajo y viceversa, aunque sea obvio que ambos no pueden tener razón. Pero así de intenso es el instinto -por tanto primitivo- de fijación al que debemos resistirnos.

¿Cree que el evolucionismo todavía resulta una verdad incómoda?

Sí, porque la evolución también da cuenta del origen del Homo Sapiens, que deja de ser el centro y medida de todas las cosas como decía el sofista Protágoras de Abdera en el siglo de Pericles. La evolución es un golpe más al antropocentrismo, como la revolución copernicana. La evolución es todavía rechazada en algunos círculos muy conservadores, especialmente en EEUU, pero lo fundamental para ese rechazo es que choca con cualquier ideología que dictamine sobre la naturaleza humana al margen de la propia Naturaleza. Por ejemplo, Stalin (que era lamarkista) organizó a instancias de Lysenko -un ingeniero agrónomo que fantaseaba prometiendo mejores cosechas- una purga feroz de los genéticos Mendel-Morganianos, persecución que retrasó la genética en la Unión Soviética muchas décadas. Pero no sólo afectó a la biología: la mecánica cuántica era tachada de «idealista» (imputación muy grave para el comunismo de esa época) y se preparó otra purga análoga para los físicos. Ésta se canceló en el último momento porque Beria convenció a Stalin de que si quería la bomba atómica convenía dejarlos tranquilos. La Naturaleza carece de ideología y de propósito, y las creencias -religiosas o políticas, pues de fe se trata en ambos casos- chocan con ella cuando la ignoran.

La visión que tenemos de nuestra especie, ¿condiciona la percepción del mundo?

Por supuesto. Hoy no cabe Weltanschauung (visión del mundo) alguna al margen de la teoría de la evolución, y especialmente en biología: como decía Dobzhansky, «nada tiene sentido en biología al margen de la evolución». El Nosce te ipsum, la versión latina de lo que aplicaba Sócrates, es condición previa para conocer mejor el mundo que nos rodea; conviene empezar por nosotros mismos.

Además del paradigma de la evolución desde los orígenes de la vida hasta el presente, ¿qué otras derivaciones plantea esta teoría?

Debemos ser conscientes de que el éxito de la especie humana podría hacer -y espero que sea una exageración- que muramos de éxito. A lo largo de mi vida, la población mundial se ha más que triplicado: somos ya más de 7.700 millones, y se espera alcanzar los 11.200 en 2100. Este es el gran reto de la humanidad, más –creo- que el cambio climático antropogénico, pues éste está condicionado en primer lugar por la magnitud de la población humana. Casi nunca se piensa que -por ejemplo- la cabaña animal necesaria para alimentar a semejante población es una gran emisora de gases de efecto invernadero, pero así es.

¿Qué sorpresas deparará a la raza humana a medio plazo?

Vivimos en una época en la que, por primera vez, el ser humano no se adapta al medio, sino que ya adapta el medio a sus necesidades. Y, desde 2013, el mecanismo del Crispr de edición genética, el mayor avance desde el descubrimiento de la doble hélice por Crick y Watson en 1953, ha abierto las puertas a una nueva era: no sólo se puede eliminar el gene que produce alguna enfermedad, sino que esa modificación se puede transmitir a los descendientes. Este avance deja en mantillas a la clonación de la oveja Dolly en 1996 o la secuenciación del genoma humano en 2003. Las implicaciones éticas son, también, de un calibre que la humanidad no ha conocido hasta hora. Se puede hacer mucho bien, pero también se ha abierto la caja de Pandora.

¿Qué siente un investigador cuando los gobiernos de turno congelan la partidas en esta materia?

Pondré sólo dos ejemplos: según un informe del Club de Roma, la síntesis del nitrógeno (Haber y Bosch) y la revolución verde (Borlaugh) de las nuevas plantas de maíz y arroz han permitido salvar la vida de miles de millones de personas; para conseguir lo mismo, superficies como Rusia, América del Norte y China deberían haber estado bajo el arado. Cuando vamos a un hospital, esperamos que un TAC, una RMN, etcétera, ayuden a diagnosticar nuestro problema. Todos esos avances son fruto de la investigación, generalmente básica, es decir, movida por la curiosidad del científico. La humanidad sólo saldrá de sus problemas con la ayuda de la Ciencia. Los gobernantes que no aprecien este hecho no merecen ocupar puestos de responsabilidad: sin ciencia no hay futuro.