En 2050, todos calvos… incluso, Sánchez y Redondo

Carlos Dávila
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El Plan presentado por el Gobierno para España a 30 años vista no es más que un ejercicio de propaganda para disimular la hecatombe de Madrid y las encuestas

En 2050, todos calvos… incluso, Sánchez y Redondo - Foto: Kiko Huesca

Es un perfecto vendedor de humo. Ahora mismo, cuando Marruecos invade Ceuta, o sea España, o cuando la realidad económica está a punto de fotografiar un negro presente, el dúo Sánchez-Redondo organizan un formidable acto de propaganda para vendernos nada menos que la España del 2050 porque ellos, ¡faltaría más!, se preocupan literalmente por el futuro de «una comunidad llamada España». Es decir, se apropian de una denominación, de una constancia histórica, que ellos, ese mismo día, se ocupan de destruir. En esta fecha anuncian, sin sonrojo, que apuestan por una mesa de diálogo con los sediciosos catalanes, una nueva intentona que terminará en muy breve plazo en dos decisiones: la de poner en la calle, vía indultos, a los delincuentes independentistas de 2017, y en pactar con ellos mismos, una autoconsulta que, sin llegar a la ruptura, pueda amainar las ansias desbocadas de los separatistas. Es decir; vamos a ver si nos enteramos, que diría un castizo: los propios que se gastan una fortuna en pronosticar, entre Julio Verne y Orwell, cómo será nuestro país en 2050, se acoplan a los barreneros para acordar con ellos la destrucción de España. Si no fuera porque esta arremetida que se nos viene encima es un pecado de lesa patria, todo resultaría tan ridículo como el aplique, el carísimo bisoñé que se ha colocado el gurucillo Redondo, el jefe de Gabinete de Sánchez, sobre su enredado cerebro.

 El Plan 2050 no tiene desperdicio. De entrada, su promotor, que dice haber contado nada menos que con 103 especialistas en prospectiva, ninguno mayor de 40 años, y que afirma haber consultado más de 1.000 referencias bibliográficas, define su plan, su preocupación por la España de dentro de tres décadas así: «Un análisis riguroso de la evidencia empírica». La gallina. Tal definición -es, lo habrán percibido, broma- nos va a colocar a todos los compatriotas en pie de guerra, en acción, incluso, a los que entonces ya estaremos criando malvas. Este tipo, Iván Redondo, aparte de un técnico engañabobos, es un cursi. La definición antedicha no puede ser ni más estúpida, ni más redicha.

Todo, para pronosticar (y desear) que, de aquí al emblemático 2050, la economía crezca moderadamente una media del 1,3 por ciento. «Somos sistemáticos y prudentes» ha dicho, entre el pavoneo y la fingida humildad, el citado gururcillo.

Lo cierto es que el Plan nos ha tenido en ascuas cuatro días desde que el lunes Redondo utilizó las páginas de su house organ, el periódico de cabecera del Gobierno, para adelantarnos, en rigurosa exclusiva, lo que tienen programado desde Moncloa para los próximos 30 años. Nunca, ni siquiera Ortega o Madariaga, se habían atrevido a tanto. 

El público aparentemente receptor, el «segmento» o «rango» (dos vocablos infames que la RAE no ha condenado sin saber la razón) al que se dirigen mayormente los autores del pretencioso engendro, empieza en los 18 años y se agota en los 35, los chicos y chicas de nuestro país que para aquella fecha tendrán entre 48 y 65  primaveras. Eso sí, la vida que les está preparando este dúo de presuntuosos no se les lleva por delante. Los autores y sus promotores justifican la elección de los pacientes en razón de su edad: «¡No nos vamos a ocupar -reconocen- de los que ya lo tienen todo hecho!» pero, presos de un lapsus freudiano que ni siquiera han considerado, quieren ganarse las voluntades de un público joven al que ahora mismo tienen perdido. Incluso, Tezanos, el manipulador mayor del reino, sabe, y lo publica, que el actual electorado del PSOE es mayor de los 50, tiene, o padece mejor dicho, una renta media-baja, y su nivel de formación no llega a los estudios también medio-bajos. O sea, el paradigma Lastra, el modelo acreditado del PSOE sanchista.

 La pregunta es: ¿el «análisis riguroso de la evidencia empírica» que ha presentado Sánchez durante la mayor crisis internacional que haya sufrido España desde la Marcha Verde de 1975, conmoverá de tal manera a nuestros muchachos de ahora mismo hasta el punto de afiliarse en masa a las profecías del dúo en cuestión? Otra vez, usando del argot de los castizos, hay que expresarlo de esta forma: ¡vamos, anda! 

Es muy probable que los gestores del artificio aún crean que los receptores de esta argucia, que no es otra cosa que un pobre disfraz de guardarropía, sean una enorme cuadrilla de imbéciles que se dejan engañar por esa sobreactuación publicitaria que organizó el dúo el día mismo en que los tanques estaban en las calles de Ceuta, protegiendo a sus ciudadanos de la invasión decretada por el Rey moro, Mohamed. 

 

Pésima gestión

La verdad es que a estos personajes ya retratados en sus mentiras, su pésima gestión, y sus fracasos, la realidad hace mucho tiempo que les ha abandonado, como si se tratara de un mal desodorante. Ya ni siquiera les acompaña la suerte a la que algún día sí disfrutaron: ¡mira que vender ilusión con un proyecto para la España de los 50, cuando ahora en los inicios de los 20, nos invade una autocracia y toma como rehenes a los 80.000 habitantes de la Ciudad Autónoma de Ceuta! No tienen arreglo, ni disculpa.

 El Plan presentado por el Gobierno para España a 30 años vista, no es más que un imponente ejercicio de propaganda para disimular la hecatombe de Madrid y de las encuestas que están reflejando una previsión, parece que decisiva: que el centro derecha español está en condiciones de desalojar del poder a ese horrendo ocupante de La Moncloa que aún intenta engañarnos con un plan a 30 años. 

Esa sociedad civil que Redondo, en su sublime estulticia, trata de vendernos, no se va a encariñar ni con los vaticinios a largo plazo, ni, mucho menos con las recetas para conseguir el «éxito deseado». La sociedad civil está harta de embustes, de que le metan la mano en el bolsillo para pagar los dispendios del presidente Pedro Sánchez y su señora y de que, desde el Gobierno, se les ordene cuándo y a qué hora puede pasar. Hasta el gorro está el español medio de que, encima se le eche el aliento en el cuello con diversiones «empíricas» que a saber cuánto nos han costado. Lo dicho, dentro de 30 años todos calvos… incluso, este trilero que ahora pretende pitorrearse con un juguete trucado.