Claudio Arrau defendió la línea hermenéutica

Antonio Soria
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Uno de los pianistas más importantes y prolíficos del siglo XX, nacido en Chile, de inabordable y admirable carrera internacional

Arrau con Horowitz y Alicia de Larrocha en el Avery Fisher Hall, NY 1982. - Foto: A.S.

Si pudiéramos condensar las sabias lecciones de Wassily Kandinsky en una sola idea, ésta podría resumirse en la «necesidad interior», que se explica como el balance, la proporción, entre la apariencia y el contenido. Las pinturas del por muchos considerado creador del estilo abstracto, son obras extremadamente coloridas que responden a la experiencia puramente estética y a la conciencia íntima del mundo interior del artista, desde un compromiso con las emociones más profundas y subjetivas. Un sano balance entre el exterior y el interior, la forma y el contenido, resulta profundamente necesario en lo cotidiano, pero en el ámbito de la interpretación musical, y especialmente de la pianística, no siempre fue así, pues el balance se decantó durante un importante espacio de tiempo en favor de la moda por superponer el ego irreflexivo y narcisista del pianista.

En este sentido, Claudio Arrau fue un revolucionario, pues se constituyó en uno de los más fervientes representantes de la vertiente hermenéutica de la fidelidad al texto, a la partitura, siguiendo los pasos del también pianista, y compositor austriaco, Artur Schnabel.

En la página 113 del libro Arrau on Music and Performance del también excelso pianista Joseph Worowitz (Ed. Dover, New York 1982), puede leerse lo que el propio Arrau pensaba sobre quien le sirvió de inspiración: «Schnabel fue el primero en insistir en una adhesión fiel a la página escrita. En este campo fue el primer intérprete célebre en ilustrar el concepto (bastante extraño, nuevo en su tiempo) del intérprete como sirviente de la música en lugar del explotador de ella».

Así decidió erigirse en un verdadero servidor público de la interpretación pianística al máximo nivel, frente a consideraciones más egocéntricas, narcisistas o, simplemente, descuidadas de otros artistas que, algo nada nuevo, recurrían a la descalificación y al insulto para discutir la postura de fidelidad al compositor. Por ejemplo, el pianista cubano, nacionalizado estadounidense, Jorge Bolet, no dudó en decir que «consideraba idiota (no se cortó en utilizar esta palabra, según se recoge en la p. 122 del libro citado) tener en cuenta cada detalle musical tal como está escrito, que entonces el intérprete resultaba pedante».

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