Los nacionalismos de este siglo XXI son de repliegue

SPC- Efe
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Antes de encerrarse a escribir su próxima novela, Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) hace parada en Jerusalén, donde 'Patria' se traducirá al hebreo y al árabe, y se destinará a un público que puede encontrar analogías por su marcada

Los nacionalismos de este siglo XXI son de repliegue - Foto: Laura Fernández Palomo

Lleva cinco días en Jerusalén, pero no se atreve a opinar sobre esta patria, ya que siente que «todavía» no entiende el lugar ni a sus gentes. Está profundamente preocupado por el auge de los nacionalismos, el escritor lamenta que el patriotismo, que «es el amor al paisaje de los afectos», se haya contaminado de «himnos» y teme la defensa actual de una idea de nación solo «para puros y auténticos».

 

¿Se puede vivir sin patria?

Llevo 35 años viviendo en la condición de extranjero, en Alemania. Francamente, no necesito definirme a todas horas y con intensidad con respecto a un país o a símbolos. Todo lo contrario, desde joven he aspirado a ensanchar mi campo vital pero reconozco que soy definido. Es decir, en mi país de residencia soy español, lo quiera o no. En ese sentido siento amor hacia un lugar y una cultura. 

 

¿Dónde está la línea entre el patriotismo y el nacionalismo?

Hay una línea, efectivamente, el patriotismo es una palabra que está un poco contaminada de cuartel, de himnos, de guerras... es una pena porque, en realidad, es el amor al paisaje de los afectos. El nacionalismo es un proyecto, una utopía y es el hecho de que se impone a una determinada comunidad, unas normas de comportamiento y de convicción que, si no se asumen, uno estorba y se convierte en enemigo.

 

¿Es lo que define este contexto?

Evidentemente. Si Israel es un estado en construcción, la tentación del nacionalismo está dada, porque hay que crear una identidad. Si alguien discrepa será perseguido o silenciado. Pero esto no es privativo en este país, se da en otros muchos.

 

¿Cómo está viendo el auge del nacionalismo en Europa?

Con mucha preocupación porque inocula en los cerebros de los ciudadanos la idea de que hay humanos que hay que discriminar, eliminar. Además, se va justificando la agresión al otro, que es el temor que asocio siempre con el nacionalismo. La idea de que la nación es para los puros,  los auténticos, los genuinos.

 

Y en esta crisis de instituciones comunitarias, ¿cree que hay una identidad europea?

Lamentablemente no la habido, yo sí la tengo. Me considero europeo.

 

¿Qué es ser europeo?

Que uno llega a un país que está en el espacio Schengen y a uno no le someten a controles. No es verdad que la UE es todo mercado y economía. Cuando llegué a Alemania tenía que pasar unos controles estrictos, tuve dificultades para mi permiso de residencia, me sometí a una humillante revisión médica, uno sentía que era considerado ciudadano de segunda o de tercera. Esto ya no es así. Tengo enormes facilidades. Veo que todavía no hay identidad europea poderosa que nos una. Quizá si nos atacaran los bárbaros, nos necesitaríamos y formaríamos una piña.

 

Parece que han convertido a los refugiados en ese enemigo.

Es un nacionalismo basado en el temor al bárbaro, como lo conocemos del Imperio Romano. Este nacionalismo del siglo XXI es de repliegue, de cierre de fronteras, de levantamiento de muros con la idea de quedarse dentro los verdaderos, esto es una merma de nuestro humanismo que a mí me gustaría que fuese un valor de cohesión de Europa.

 

¿Hay comparación con el nacionalismos que describe en Patria?

El terrorismo de ETA fue de base nacionalista. Se trataba de construir a tiro y a bombazo limpio una comunidad ideal. Hay nacionalismos de baja intensidad.

 

¿Cómo ve hoy España?

Veo España desde fuera y la impresión que tengo es muy negativa, en el sentido de que veo políticos que son incapaces de llegar a acuerdos. Yo resido en un país, en el cual los partidos políticos suelen ponerse de acuerdo y gobiernan. Y en España A no habla con B, B no habla con C, y C no quiere saber nada de A. Así un país no puede funcionar. No hay una sensibilidad de Estado. Veo las personas con representatividad que se insultan, se llaman mentirosos, ladrones. La impresión es la de un vecindario de gente que está gritando.

 

¿Algún israelí o palestino que haya leído Patria encontró analogías?

Sí que hay concomitancias, tal vez no en un plano político, pero sí en aquello que constituye la materia prima del novelista, que es la vivencia del ser humano, situaciones de conflicto, o cómo afectan los conflictos a los seres concretos.

 

¿Usted las encuentra?

Prefiero no opinar con excesiva rapidez. Lo último que voy a hacer es llegar a Israel y ponerme a opinar convulsivamente sobre aquello que conozco superficialmente. Todavía no entiendo el lugar ni a sus gentes.

 

Patria aborda temas como el perdón. En un conflicto como el de palestinos e israelíes que dura 70 años, ¿qué papel juega el tiempo?

El tiempo tiene una característica y es que no se detiene. A menudo hay conflictos que se mueren por sí mismos o se impone una capa de olvido. El perdón es un asunto más bien íntimo y mediante él se repara moralmente, porque una víctima nunca deja de serlo. Es un bálsamo, incluso, un antidepresivo. La generosidad de reconocer que fue injusto de alguna manera cierra un círculo.

 

En ese caso, ¿el perdón a la sociedad tiene que ser público?

No, el perdón colectivo es un fantasma. Para que merezca este nombre debe ser sincero y para eso hay que mirar a los ojos a la persona que padeció la injusticia, la agresión. Perdón ante micrófonos, ante fotógrafos, puede tomarse como un gesto de buena voluntad pero para la víctima puede ser incómodo. El verdadero perdón es íntimo.