Cuando después de acabar con la Monarquía, Tayllerand le comunicó a Napoleón que había sido nombrado Emperador de los franceses, el Gran Corso le contesto impasible: «El poder es ante todo apariencia». Una frase para la historia que encierra una gran verdad. El poder no es garantía de buen gobierno, de eso la historia nos ha dado y nos sigue dando buenos ejemplos.
En España y en la mayor parte de Europa, e incluso del universo mundo, tenemos hoy la constancia de que aquella frase del Gran Corso es una verdad como un templo. Lo que les importa  a la mayor parte de los políticos es eternizarse en el poder, lo de gobernar para hacer de sus países un mejor ámbito de convivencia se la trae al pairo. Se empeñan en acabar con todo aquello que les da carácter a sus países,  en el intento de mandar -que no gobernar- en una masa borreguil, que les presente las menores dificultades posibles. 
Si para perpetuarse en el poder hay que pactar con los residuos del terrorismo y con el separatismo mas hirsuto se pacta. ¿Ladran?, luego cabalgamos. El caso es seguir ejerciendo el poder y a Juan Pueblo que le den morcilla… El resultado de tal modo de proceder es que en España quizás tengamos hoy la clase política más nociva de toda nuestra historia. Una clase política que con tal de mantenerse sentada en la poltrona sine die es muy capaz de acabar con todo aquello que le da carácter a este maltratado pueblo.
Mienten, engañan y falsean la verdad hasta el ridículo, el caso es seguir en el chollo, aunque haya que saltarse todas las normas éticas, políticas y humanas. Nos lo demuestran cada día con su política de pactos para sacar adelante su ambicion de permanecer en la bicoca. Las promesas se diluyen en sus labios mientras las pronuncian. Y así  un día tras otro…