'Vini', derribando muros

Diego Izco
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El ariete brasileño ha ‘explotado’ en la presente temporada con un arranque liguero para enmarcar. - Foto: Enric Fontcuberta

Ha ido derribando muros entre recortes y gambetas. El primero fue aquel que le señaló como un carísimo capricho de 45 millones y 16 años (a 2,8 millones de euros el año) destinado a foguearse, un año después y todavía con 'brackets' en la boca, en campos de Segunda B donde centrales veteranos de taco afilado y piernas curtidas en mil patadas le esperaban con ganas. 

Igual en ese instante, cuando el capitán del Atlético B le mordió la cabeza en un pique en el 'mini-derbi' mientras el primer equipo del Real Madrid le daba la espalda, Vinícius de Oliveira Júnior se planteó seriamente si cruzar el charco había merecido la pena. Pero aguantó. Agachó la cabeza y peleó hasta derribar el segundo muro, el del salto definitivo al primer equipo, de la mano de Santiago Solari. 

'Clavo' y revulsivo

Para Lopetegui, cesado a finales de octubre de 2018, 'Vini' era demasiado caótico y anárquico en su fútbol, obsesivo con el concepto de la verticalidad, nulo en las ayudas y precipitado en los apoyos, los pases y la toma de decisiones en el momento de la verdad. Para Solari, que tal vez compartía la visión de Julen, era sin embargo el clavo ardiendo al que agarrarse en un equipo que acababa de perder a Cristiano Ronaldo y necesitaba 'algo'. El tercer muro, el de escuchar al público del Bernabéu, estaba cayendo, pero se levantaría una inmensa pared en sus narices: su nulidad ante el gol. 

El Real Madrid de Vinícius, al que colgaron demasiado pronto demasiada responsabilidad, liquidó su temporada en marzo: Ajax y Barcelona deshicieron la temporada blanca a comienzos de marzo del 19 y el 'efecto Vini' fue una botella de champán descorchada, perdiendo espuma y fuerza ya en manos de Zinedine Zidane. 

El cuarto muro, mientras resolvía entre el césped y el diván del terapeuta su problema con el remate, fue el propio entrenador francés: para el 'brujo', el brasileño era una pieza más. Un mero revulsivo: a lo largo de la Liga 20/21, otra temporada en blanco, intervino en 35 partidos (el que más después de Courtois), pero apenas jugó 1.980 minutos, apenas 56 por encuentro. Casi siempre sustituido o saliendo (13 veces) desde el banquillo. 

Benzema colocó otro muro en aquel partido de Moenchengladbach en que se dirigió a Mendy para hablar de 'Vini': «Hace lo que quiere. No se la des a él, hermano, juega con nosotros», a lo que Mendy habría respondido, según Telefoot: «No hace nada con sentido. Cuando se arruga, pierde la esencia».

 

La reacción

Benzema, uno de los peloteros más inteligentes que existen, decidió hacer algo más que la inmediata foto protocolaria de la pipa de la paz: empujó él mismo el muro y adoptó el imprevisible fútbol del brasileño. «Creo en Vinícius: es top». El chico, crecido, respondió a Mendy y decidió no arrugarse nunca más. A eso ha contribuido de forma capital Carlo Ancelotti, un padre para el niño de Sao Gonçalo. Le ha liberado en defensa a cambio de un compromiso constante con ese juego sorprendente y eléctrico que alborota los encuentros y erosiona las defensas. Siempre ha contenido el grosor del elogio («Estuvo bien, como otros», es la respuesta-tipo de 'Carletto') y ha conseguido su mejor versión.

Este curso, Vinícius ha derribado todos los muros que quedaban en pie, incluido el del gol: en 12 partidos (sin contar el de ayer) acumulaba siete tantos y cinco asistencias, líder de la Liga en regates y emanando esa sensación de flotar sobre el césped despojado de lastre, de presión y de complejos.