La próxima semana cambia la política española

Pilar Cernuda
-

El resultado que arrojen las urnas madrileñas el martes podría suponer el principio del fin del Gobierno de coalición y que Pablo Casado tenga posibilidades reales de ser un día presidente

Los cabezas de lista de los principales partidos del Parlamento regional solo celebraron un debate, el pasado 21 de abril en Telemadrid - Foto: Juanjo Martín

Este martes se celebran elecciones para elegir el Gobierno de Madrid, pero su trascendencia va más allá de las fronteras de esa comunidad: el 4 de mayo se decide el futuro de las actuales fuerzas políticas españolas. No de forma indirecta. Del resultado dependerá que partidos que aspiraban al Ejecutivo pierdan cualquier posibilidad de conseguirlo, que dirigentes locales se conviertan a corto plazo en líderes nacionales, que algún líder nacional se vea obligado a abandonar la política, o incluso que el actual inquilino de La Moncloa empiece a darse cuenta de que no va a tener opciones de llegar con su Gabinete de coalición hasta 2023 y, quién sabe, quizá no sea reelegido. La última estocada se la ha dado Felipe González.

El expresidente, que sigue siendo el referente más importante del PSOE a pesar de las maniobras de la izquierda -incluida la socialista- por restar importancia a la Transición, y a pesar de que lleva años alejado del primer plano de la política nacional, ha iniciado unos podcast para expresar sus opiniones. En el publicado hace unos días escribe una frase demoledora para Sánchez: «Cuando todo está mal aparece un tío que dice que todo está bien».

El andaluz no tiene capacidad de decidir sobre estos comicios, pero cuando destacados dirigentes del mejor PSOE, entre ellos Leguina y Redondo Terreros, o destacados miembros del mundo de la cultura y la sociedad, el último de ellos Fernando Savater, anuncian que van a votar a Ayuso, la cosa cambia.

Porque el problema de Ferraz en las elecciones del martes es Pedro Sánchez. Él eligió al candidato, Ángel Gabilondo, que no era malo hasta que le obligaron a tomar iniciativas que le han perjudicado. El culpable es, sin duda, Sánchez: él designó a Iván Redondo como jefe de campaña, él ha sido el que decidió la lista en la que incluyó a perfectos desconocidos, él quien obligó al antiguo catedrático a desdecirse de su anuncio de que jamás pactaría con «Este Pablo Iglesias» para decir lo contrario una semana más tarde y luego recular. Gabilondo no podrá retomar la actividad política porque el líder socialista ha hundido su imagen de seriedad y rigor. Será Sánchez el que salga muy herido de esta contienda en la que no tenía arte ni parte y en la que quiso vincularse personalmente.

Lo mismo le ocurrirá a Pablo Iglesias. Entró en la contienda madrileña harto de un Ejecutivo en el que no tuvo la cancha que esperaba. Sus compañeros de coalición dicen que era un vago. Creía que sería candidato a la Presidencia del Gobierno madrileño al fusionar su partido con el Más Madrid de Íñigo Errejón, y recibió una sonora bofetada de parte de la candidata Mónica García, que, además, le llamó machista.

 

Más País, en ascenso

Esa actitud de la médico, más su entusiasmo durante la campaña, la han lanzado a un estrellato que trasciende los límites de Madrid y, a poco que se empeñe Errejón, tras el 4-M, su partido, Más País, puede convertirse en referente de los muchos desencantados de Podemos. Asimismo, el exvicepresidente ha anunciado que abandonará la política, retomará su trabajo de profesor en la Complutense y ejercerá «el periodismo crítico». Un rotativo publicó que se encuentra en negociaciones con el controvertido empresario Jaume Roures, conocido por su independentismo y su izquierdismos radical, para dirigir un proyecto audiovisual en Mediapro. Es decir, que las elecciones madrileñas le han echado de la política.

Pablo Casado, que no vivía su mejor momento cuando Isabel Díaz Ayuso le telefoneó para comunicarle -que no consultarle- que iba a convocar elecciones, encontró en estos comicios la oportunidad para promover su hasta entonces alicaída figura. Cuestionado por un número considerable de barones del PP que no compartían la fórmula de regeneración y renovación que imponía el secretario general García Egea, y con el propio Casado poco activo políticamente excepto en sus intervenciones parlamentarias, el auge de Ayuso, que fue una apuesta personal y política suya, más su participación en la campaña madrileña, le ha vuelto a situar nuevamente en el mapa. Las escasas encuestas nacionales que se han publicado estas semanas recogen una subida de Génova. Casado interviene, además, en la campaña con una actitud que le honra: telonero.

 

Vox, en el foco

Mientras, Vox está en boca de todos, y con escaso cariño. La izquierda, además de calificar permanentemente al partido como «ultraderecha», lo utiliza como principal arma para atacar a Ayuso, a la que acusan de que va a gobernar «con la ultraderecha». Nunca ha dicho la presidenta madrileña que sea su intención hacerlo, y, de hecho, no hay ningún Ejecutivo de coalición del PP con Vox, solo ha formado coaliciones con Ciudadanos. Ayuso espera sumar más votos ella sola que los tres partidos de izquierda, lo que le permitiría incluso salvar la investidura sin verse obligada a pactar el apoyo con Vox, puesto que sería impensable que el partido de Abascal votara a favor de la izquierda. No necesitaría Ayuso siquiera la abstención.

Si se confirma la subida que le auguran las encuestas, Vox mantendría la esperanza de seguir creciendo poco a poco para ganar las generales. Para ello tendría que moderar algo su programa -en Madrid, Monasterio ha insistido en vincular delincuencia y seguridad con inmigración, pero ha obviado el discurso homófobo- y tendría que producirse un deterioro del PP. Que es precisamente lo que se ha parado con las elecciones madrileñas. Se puede abrir en cambio un debate: ¿Casado o Ayuso? Solo el tiempo lo dirá.

Mientras, Ciudadanos sigue pagando errores. El cometido por Rivera al no llegar a un acuerdo de Gobierno que hubiera impedido la coalición con Podemos, y ahora la moción de censura presentada en Murcia con el PSOE. Moción extraña porque se trataba de un Ejecutivo PP-Cs, y porque ha dado pie a que se acuse a Arrimadas de escorarse hacia una izquierda de la que forma parte Iglesias y que apoyan los independentistas y Bildu. La jerezana se desgañita asegurando que la moción de Murcia fue contra la corrupción de miembros del PP, y que jamás pretendió presentarla en Madrid, que es una falsedad.

Edmundo Bal es un magnífico candidato, pero... La decepción que ha provocado Murcia, más el llamado voto útil, hacen muy difícil que llegue al 5 por ciento que le abre la puerta del Parlamento. Sin embargo, en política nada es inalcanzable. Si Cs no logra escaños, la marca quedará tan deteriorada que será difícil su supervivencia, lo que potenciará la marca PP en próximas elecciones a poco bien que lo haga Casado y centre su discurso. Si no lo hace, provocará una fuga de votantes naranjas hacia el PSOE. Por tanto, el futuro de Cs se juega en Madrid. Y el de Ferraz y Génova también.