La fe de nuestros sanitarios

MCS
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Enfermeras y médicos del Complejo Hospitalario Universitario de Albacete, relacionados con la vida de la Iglesia, relatan cómo su confianza en Dios les ayuda a superar cada día la difícil lucha contra el coronavirus

El personal sale a las puertas del Hospital General Universitario de Albacete para aplaudir a sus compañeros y darse ánimos. - Foto: Rubén Serrallé

Hemos querido en este Domingo de Ramos conocer de primera el testimonio de sanitarios que de una manera u otra están relacionados en la vida de la Iglesia y están viviendo en primera línea la lucha contra el coronavirus.

Yolanda es enfermera: «Pues, lo estamos viviendo con mucho miedo, incertidumbre, desprovistos de instalaciones y equipos de protección adecuados, temor por no poder atender como se merecen los pacientes y temor por nuestras familias, que al final también están expuestas. Pero con compañerismo, con millones de muestras de solidaridad y ánimo de todo el mundo. Y con fe, de que todo esto sirva para algo y pase pronto con los menores daños posibles».

Amalia es internista: «Cómo internista te puedo decir que la situación a día de hoy es difícil con los recursos al límite y los trabajadores haciendo todo lo que pueden y no siempre con los medios de protección necesarios. Los pacientes están aislados en el hospital y sufren doblemente por estar mal y e incluso fallecen sin poder despedirse de los suyos, en soledad. La parte positiva es la solidaridad en todas las personas. Jóvenes comprando a personas mayores, compañeros trabajando como una piña. Yo al final cogí el coronavirus. Aparte de los síntomas creo que lo más duro es el aislamiento. No poder ver ni tocar a tu familia, aunque el teléfono ayuda mucho. Pero también lo he vivido como un retiro, con tiempo para rezar y reflexionar sobre las cosas importantes de la vida. Nada será igual después de esto, pero seguro que disfrutamos más de todo lo que nos rodea, de las personas que queremos, de las Misas y reuniones. Ahora sé cuánto quiero a mi familia y a mis amigos, a mis compañeros de trabajo que han sido mi segunda familia. A la comunidad parroquial que siempre ha alimentado mi espíritu. Ya estoy recuperando fuerzas y espero estar trabajando esta semana. Gracias por vuestro apoyo y rezad mucho para que podamos aguantar el tirón y por todos los enfermos. Y por los mayores que sufren el aislamiento sin poder besar ni ver a los suyos».

Luis Broseta Viana es internista: «A mi lado un hombre pide agua a gritos… A mi otro lado, una mujer tose… Frente a mí la mirada cansada de un compañero nos dice: ‘Buenos días’. Es la cruz. He vivido la cruz. La misma cruz. Ya estoy en casa, queriendo volver a la misión. Hay mucho que hacer. ¡Gracias, Señor! ¡Gracias, Señora! Gracias a todos. 

Francisco Miguel Naharro Alarcón es médico de familia y ha sido dado de alta por coronavirus: «A menudo como médicos, palpamos con nuestras manos el cuerpo de Cristo sufriente, en nuestros hermanos enfermos. Durante esta pandemia por coronavirus lo he experimentado más que nunca. Estamos desbordados, con los medios justos o insuficientes, nunca imaginamos vivir una situación así.  A la crisis sanitaria se añade una dolorosa crisis de soledad: pacientes solos sin acompañantes. Pero… ¿sabéis qué? Está saliendo lo mejor de cada uno. Hay pediatras viendo abuelos y los cirujanos han cogido otra vez el fonendoscopio. Es emocionante.  Va a costar, pero entre todos podremos. Cuando ausculto a los pacientes rezo por ellos y porque esta crisis termine pronto con el menor daño para la gente. Creo que cuando todo esto termine vamos a volver más a la esencia de la vida, de las cosas pequeñas, vamos a volver más a Dios».

Enfermera del Hospital General de Albacete: «Antes yo era enfermera de intervencionismo en Cardiología. Actualmente, toda nuestra actividad ha sido anulada en pro de evitar ingresos y contagios, y nuestro equipo ha quedado a cargo de una UCI de Cardiología improvisada en un lugar apartado del hospital general de Albacete. Sin embargo, estamos muy cerca de las enfermeras, auxiliares y médicos que viven esta tragedia en primera línea. Nuestros compañeros salen de trabajar tras intentar a toda costa salvar vidas, e impotentes por no conseguirlo. Desolados. Han cogido la mano de personas que quedaron en la puerta de urgencia sin familiares, porque así lo exigen las normas, que no tienen opción a tratamiento curativo, y que afrontan la muerte con la única compañía de una enfermera desconocida. La gran tragedia de esta pandemia es la soledad. Y el gran esfuerzo de los profesionales es, además de intentar la curación, intentar paliar aquella. Al salir del turno, cada uno de ellos lleva en el alma el dolor de sus pacientes, la frustración de la batalla perdida, el miedo a la muerte tan cercana. Los recursos materiales y humanos disponibles, no están siendo suficientes para luchar por salvar vidas. La distribución habitual de recursos humanos y materiales está desbordada, y en cada unidad practicamos un solidario auto abastecimiento, muchas veces por medio de donaciones particulares.

En este punto de agotamiento es cuando cada trabajador sabe que es imprescindible, que tiene que dar el máximo, que cada gesto suma, porque esta lucha ya no es sólo una contienda científica con el virus: es también una batalla en la que el amor, la conciencia del otro, la certeza de que cada gesto es transcendente y cada palabra cuenta, empiezan a forjar paredes de contención.

Paredes hechas con el buen hacer de todos, los aplausos de cada día, los mensajes de ánimo, el trabajo voluntario en albergues de acogida, en las casas donde se están cosiendo mascarillas, en empresas, en cada casa donde seguimos confinados, en cada rincón donde se ore pidiendo el milagro del fin de esta pesadilla y en cada corazón que siente el dolor de todos como propio».