Picazo se estrena como novelista

Emilio Martínez
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El periodista y también escritor aventurero cosechó importantes éxitos con sus libros sobre viajes

El periodista, escritor y viajero albacetense, Antonio Picazo Díaz. - Foto: Carlos Paverito

Único e irrepetible. Tales son dos de las destacadas y definitorias cataduras de uno de los personajes más inclasificables y originales dentro del periodismo y, sobre todo, de los viajes y su literatura. Porque Antonio Picazo Díaz, oveja de ningún rebaño -en frase de Gloria Fuertes-, ha recorrido por libre y siempre al margen de los tour operadores una cincuentena larga de países, la mayoría del «mal llamado Tercer Mundo, del que tenemos tanto que aprender», como los califica. Embebiéndose en sus culturas y compartiendo experiencias con ellos, fruto de lo cual ha parido además de cientos de reportajes y relatos, varios de ellos premiados, cuatro atípicos y exitosos libros de viajes. Y ahora a su impresionante y vasto historial literario añade un reto. Porque con su reciente El crimen tropical del señor obispo se adentra con idéntica maestría en el género de la novela.

El albaceteño no oculta que estaba un poco cansado de contar verdades, porque la literatura de viajes parte del supuesto de que lo que se escribe se ha vivido: «Has estado en los lugares que tratas y mencionas, te ocurre lo que te ocurre, pero todo gira alrededor de la realidad». Tampoco oculta que  lo ha pasado muy bien escribiendo y publicando crónica viajera –ahí están sus libros Un viaje lleno de mundos, Viaje a las fuentes del Sol, Latidos de África y Viajeros lejanos-, pero cree que era el momento de «cambiar y contar una historia de ficción, recorrer un camino literario en donde se tienen menos límites y en consecuencia se es algo más libre».

Magníficamente impresa y cuidada por Ediciones Dauro la obra, que su autor concluyó hace unos meses, estaba previsto que se presentara en la Feria del Libro –donde Picazo lleva una década sin faltar y firmando gran número de ejemplares de las anteriores-, pero ha sido imposible, porque el certamen sufrió los daños colaterales de la pandemia en su habitual fecha de mayo, cuando se aplazó a octubre sin que finalmente se celebrara, quedando suspendida definitivamente. 

Por lo que dada esta difícil situación social-sanitaria, se hará más adelante, sin fecha determinada por ahora, en otro marco distinto. También esta especie de puesta de largo podría llevarse a cabo en Albacete: «Yo no lo descarto. No depende de mí, sino de que haya interés en mi tierra, claro». Quien sí tiene interés en su lugar de nacimiento es el propio Picazo, que no sólo ha ido presumiendo, en entrevistas y en cuestiones particulares, de ello en todos y cada uno de sus viajes. Incluso en la gloriosa etapa del Alba en Primera, llevaba una gorra con el escudo y se sorprendía de que en algunos lugares ignotos, sobre todo del continente americano, fuera conocido el entonces queso mecánico. Además, varias palabras y expresiones típicas de la tierra han figurado en sus anteriores libros. Algo que vuelve a acontecer ahora en El crimen tropical del señor obispo. Así lo admite y presume: «Se trata de incluir algún que otro sello, alguna marca de denominación de origen. Yo habré  conocido y recorrido muchas partes del mundo, y habré tenido contacto con muchos tipos de gente, paisajes y situaciones, pero uno procede de donde procede y eso acaba apareciendo siempre, hables de la Amazonia, del Sahara, o del Ártico».

Sea como sea en cuanto a la forma, es cierto que en el fondo no todo es creación argumental, sino una excusa para que el autor tratara lo que realmente le importaba contar, cual sostiene. Porque el hecho de que parte la novela ocurrió hace cerca de un cuarto de siglo en la selva amazónica, donde fueron asesinados a lanzazos por unos indios que nunca habían sido contactados el obispo misionero español Alejandro Labaka junto a la religiosa colombiana Inés Arango. «Ambos habían ido a visitar a los indígenas para que abandonaran la zona, ya que sus vidas peligraban debido a que vivían sobre un territorio bajo el cual existe una infinita bolsa de petróleo, lo que era muy tentador para ambiciosas empresas energéticas, gentes depredadoras y aventureros sin escrúpulos».

Todo eso significaba una gran amenaza para la supervivencia de aquellos nativos. Y a pesar de los buenos propósitos de los  misioneros, los indios acabaron a lanzazos con ellos. Labaka tenía 18 lanzas clavadas en su cuerpo con 134 orificios, y la monja cinco y 65. «La escena con que se encontraron los que rescataron aquellos cuerpos debió ser atroz». Picazo entiende la reacción de los nativos «porque no distinguían entre las intenciones de los que pretendían entrar en su territorio. Eran unos extraños, alguien que llegaba de otro mundo, de otro  planeta, y por lo tanto ambos significaban un peligro, por eso los mataron».

El paisano, que ha estado en ese lugar, puntualiza que realmente la selva es la protagonista de la novela, porque pese a su belleza y asombrosa naturaleza, también es donde todos se comen a todos y puedes morir de cualquier cosa: de malaria, infecciones, mordedura de serpiente venenosa, ahogado en sus ríos salvajes; enterrado bajo el barro y la vegetación, o como en el caso del obispo y la monja, asaeteado a lanzazos. 

«Con la selva, como con el desierto, o cualquier otro ambiente extremo de la Tierra, no se puede jugar. Cuando crees que tu soberbia de ser humano te va a salvar es cuando ya puedes considerar que estás perdido. Pero cuando alguien es capaz de colocarse, con sumisión y humildad, a la expectativa de lo que disponga la jungla, en muchos casos mediante un proceso de purificación e iniciación, como ocurre en la novela, es posible que esta le perdone la vida y te ayude a salir de su claustro ardiente saturado de humedad».

Es la lección que se extrae de una novela que en parte se nutre de experiencias personales de su autor, y que a raíz de aquel suceso atroz, comienza a circular por los caminos de la ficción mediante un ejercicio de constante misterio, de una suave pero casi insoportable tensión mantenida a lo largo de todo el libro. En definitiva que, como sentencia su autor, «habla de cómo un ser gris, mediocre, perdedor, un antihéroe, puede llegar a ser un verdadero resistente, del cuajo potencial y aguante de los humanos en situaciones límite. Es alguien que casi de una manera pasiva soporta lo que la selva –en realidad la vida– ha decidido hacer con él». 

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