Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


A la calle

29/10/2021

Se llegaron a manifestar por un perro de nombre Excalibur, como la espada del Rey Arturo. No en una ni en dos. Hasta en 20 ciudades. El animal tuvo que ser sacrificado porque su dueña, una auxiliar de enfermería, había contraído el virus del ébola. De aquello hace ya más de siete años y lo hicieron para evitar riesgos de infección. Los que no compartían la maniobra buscaron al experto entre los expertos para que les dijera lo que querían escuchar: no había razones científicas que el perro hubiera tenido ese desenlace. Con ese argumento se echaron a la calle, contaron con la cobertura necesaria de varios medios -especialmente de una televisión- y se exigió la correspondiente dimisión de la ministra del ramo, que por entonces era Ana Mato. La protesta no quedó ahí. Llevaron 85.000 firmas al Congreso de los Diputados denunciando la «nefasta» gestión del ébola en España. «Es inadmisible que los responsables de esta crisis sanitaria continúen en su cargo». Cualquier comparación entre la gestión del ébola y la del coronavirus sería una gran hipérbole, solo equiparable con la que liaron por la muerte del pobre perro de nombre Excalibur.
Nos situamos en el fin de semana pasado. No son los mismos que protestaron por la muerte del perro, pero provienen del mismo encaste. A mi todo el que se manifiesta con frecuencia me produce gran admiración, porque da cuenta de que el resto de necesidades vitales las tienen cubiertas. De no ser así, estaría llenando de algún modo ese vacío. El sábado fue el día y San Sebastián el lugar. En la semana en la que se cumplían 10 años de la derrota policial de ETA -con su correspondiente trampa eufemística del cese de actividad-, a los herederos políticos de la banda les dio por echarse a la calle con un lema evidente: 'Paso a paso en el camino a casa'. A los separatistas vascos y catalanes se les podrán recriminar muchas cuestiones, nunca su falta de claridad. Ya lo dijo Otegui: presos por presupuestos. Como siempre hay espacio para la dignidad, en la manifestación que juntó a Otegui y Junqueras apareció Consuelo Ordóñez y el resto de víctimas de Covite para recordar que no son ni presos políticos ni gudaris. Sencillamente, son asesinos que cumplen condena por sus crímenes y están siendo acercados a las cárceles vascas cuya competencia ha pasado a manos del PNV.
En San Sebastián se juntaron todos los que sujetan a Pedro Sánchez en la Moncloa, además de los sindicatos independentistas, que contaron con apoyo explícito de otras organizaciones del trabajo como UGT. Desde CCOO declinaron la invitación porque estaban en un Congreso en el que encumbraron a Yolanda Díaz como la gran líder de la izquierda que se sitúa más a la izquierda. Le quitó el protagonismo de forma consentida a Unai Sordo, algo que tampoco es excesivamente difícil. Sordo se limitó a deslizar con la suficiente sordina que si no ejecutan las reformas que interesan a los sindicatos saldrán a la calle. Y este jueves ha seguido la misma senda Pepe Álvarez, de UGT, al que no le avergüenza dar apoyo a una marcha en favor de los asesinos de ETA.
Los sindicatos están esperando a que cambie el Gobierno. Ni una subida del 30% en el precio de los carburantes, ni la factura de la luz más cara de la historia, ni tampoco una inflación del 5,5%, una situación que no se veía en décadas. Nada ha motivado una leve protesta. ¿Acaso hay algo más sangrante para los trabajadores que se empobrezcan sin consideración alguna? Si les quedaba algo de credibilidad a los sindicatos, la han enterrado en el pozo de sus miserias.