«Papá, ¿por qué somos aficionados a la fiesta nacional?»

PEDRO J. GARCÍA
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La corrida de Alcurrucén, de la casa de los empresarios, tuvo fachada, pero ningún fondo, lo que propició que se viviera una tarde de tedio en la tercera de abono

Pase de pecho de Miguel Abellán. - Foto: Arturo Pérez

La corrida de toros de ayer no pasará a la historia de la Feria Taurina de Albacete, porque fue una tarde de tedio, para sufridores, y el balance artístico es el que más claro lo deja, sólo dos ovaciones. Y se llegó a este punto, principalmente, por la materia prima, que es el toro, de la ganadería de Alcurrucén, que falló en el fondo. Y ya saben que cuando falla el toro es difícil que todo lo demás marche, por lo que se fueron sucediendo los toros que saltaron al ruedo -aplaudido el tercero de salida- y aumentó la decepción en los tendidos según se sucedían, aunque con paciencia, porque el respetable aguantó hasta la merienda, esperando que todo diese un giro, aunque no fue así, porque los mansos toros de Alcurrucén se sucedían y en el ruedo poco pasaba.

Hubo decepción final y la mejor prueba es la pregunta de un niño -del Atlético de Madrid en lo futbolístico- que acudió con su padre, también indio -es el apodo que los madridistas dan a los de la ribera del Manzanares-, y le preguntó cuando abandonada la plaza de toros: «Papá, ¿por qué somos aficionados a la Fiesta Nacional?

El padre se quedó pensativo, como en el famoso anuncio del club rojiblanco, y tras una reflexión, en la que se veía en el sufridor, ayer tarde más como aficionado taurino que al fútbol, porque el Atlético ahora marcha viento en popa y a toda vela, no quiso quitarle la ilusión a su retoño y, como buen atlético, tanto por la pasión por los colores rojiblancos como por la de los toros, tiró de recurso y se escudó en un torero de la tarde; en Miguel Abellán, curiosamente reconocido Atlético, quien tiró de los valores de casta y entrega que les avalan.

 

ENTREGA. Miguel Abellán abrió plaza y lo hacía tras varios años de ausencia en el abono albacetense, pero este año está en un momento dulce, como su Atlético, y de lo que poco se esperaba, porque el toro en los primeros tercios fue manso, sin claridad, descompuesto y sin clase alguna, como la línea general del encierro, sacó una faena de entrega y en la que estuvo muy firme, con un toro que fue el mejor en la muleta, encastado, y encontrando también a un torero con raza, como si hubiese recibido la charla del Cholo Simeone en lugar de su apoderado. Y ahí apareció el sentimiento atlético, la pasión y la entrega en una faena comenzada con gusto doblándose por bajo, para continuar con intensas series de derechazos que tuvieron más calado según avanzada su labor, en una faena que fue a más, con valentía y variedad en la cara del toro, ora un circular ora un pase cambiado, pero todo lo más intenso de la tarde. Tenía el premio en la mano, pero su fallo con los aceros -en la primera entrada dejó una estocada atravesada que asomó- y privaron de pasear algún trofeo y tuvo que conformarse con una cerrada ovación, como las que suenan en el Vicente Calderón cuando el equipo se entrega. Y ahí, el decepcionado padre tuvo un argumento para animar al resignado hijo.

No encontró, sin embargo, argumentos en el cuarto de la tarde, porque Abellán se estrelló contra un toro manso, sin entrega ninguna, siempre embistiendo con la cara alta. Y así llegó el desánimo del torero, del padre y del hijo.

Tocaba buscar argumentos con el segundo de la terna, Daniel Luque. Pensó en que con el capote podría defenderse, pero es que ningún toro de la tarde, todos mansos, huidos y sin fijarse en los capotes, lo permitió, con la excepción del sexto, al que Del Álamo recetó buenos lances a la verónica, encontrando ahí otro argumento para que el padre justificase la figura del sufridor aficionado. Volviendo a Luque, mi personaje encontró un hilo de esperanza en el primero de sus enemigos, porque hubo un inicio esperanzador cuando Luque clavó las zapatillas y recetó cuatro pases por alto y varios por bajo, con mucho gusto y sabor. Pero fue un espejismo, porque cuando quiso bajarle la mano el toro doblaba y ya todo perdió intensidad, con la suma del fallo con los aceros. Con el quinto, otro de los toros pitados en el arrastre, era difícil buscar argumentos, porque el toro no valió, pero Luque tampoco estuvo muy centrado, más descompuesto. Pero lo logró con el tercio de varas y el buen puyazo que recetó Juan Francisco Peña, aplaudido por el respetable.

Juan del Álamo, un diestro que venía con el buen sabor de boca que dejó en su presentación novilleril en 2010, tampoco lució ayer. Con ganas y entrega estuvo con su primero, otro manso al que arrancó los muletazos bajo el tendido 8, en una faena de mucha voluntad, que eso también aquí que valorarlo cuando del enemigo no se puede sacar más.

Parecía que con el sexto se podía salvar la tarde. Ahí llegó el toreo de capa del salmantino antes citado, y un prometedor inicio de faena, con dos series por el pitón derecho con muletazos ligados y largos, pero todo se fue al traste en la siguiente, con el torero más atropellado y el toro tropezando los engaños. Ahí empezó la caída de la faena, dentro de una tarde que iba en picado y de la que el padre sacó lo más positivo para que su hijo no perdiese la afición... Otra cosa es que lo lograse.