Rey de Madrid

SPC
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Un Roca Rey herido, tuvo que ser operado en la plaza a la muerte del tercero por una cornada, 'revienta' la Feria de San Isidro con una histórica faena que le permite abrir la Puerta Grande

Rey de Madrid - Foto: Juanjo Guillén

Tres tardes se anuncia Andrés Roca Rey en la Feria de San Isidro. Tres jornadas que agotaron el papel apenas unas horas después de ponerse a la venta. La más esperada, la del próximo jueves 30 de mayo en la que el peruano se verá las caras con los toros de Adolfo Martín. Un compromiso al que el torero llegará ya con una Puerta Grande en Las Ventas, la segunda de su carrera como matador, después del festejo épico que protagonizó en la octava del abono. Con una cornada de seis centímetros en el glúteo recién cosida en la enfermería y un palizón encima por la tremenda voltereta que le dio el sobrero del Conde de Mayalde en el tercero, el limeño reventó la Feria ante el sexto, un Parladé mansito, pero noble y humillador, al que cuajó de principio a fin, en una faena que fue a más y que desató la locura en Madrid. El toreo eterno de Pablo Aguado y la ambición desmedida de Roca Rey han puesto carísimo un San Isidro que puede revitalizar la Fiesta como hacía años que no se veía. Eso sí, el que no apriete el acelerador podría quedarse fuera. 

Atropelló la razón el peruano ante el tercero, un toro camino de los seis años que sustituyó al titular de Parladé. Sin probaturas, el torero se echó el capote a la espalda mientras la plaza contenía la respiración. Y ocurrió lo temido: se lo echó a los lomos el animal, en un zarandeo que parecía no tener fin, con los cuernos rondando el cuerpo del matador. Con la taleguilla rota y una evidente palidez en el rostro, Roca lo intentó por ambos pitones, a pesar de su evidente cojera. El trasteo no acabó de romper y el diestro pasó a la enfermería a la muerte del astado. Salió tímido, con esa expresión de niño bueno que casi siempre luce. Dentro, el doctor Máximo García Padrós le había intervenido bajo anestesia local para que pudiera cumplir con su compromiso. Y no solo cumplió. Pocos apostaban por Maderero, que manseó en demasía en los primeros tercios. Pero se creció el animal, con raza y transmisión, en la muleta del limeño, que mostró su versión más profunda, esa que había sido puesta en cuestión por sus detractores. Dio distancia, se cruzó, bajó la mano y templó, demostrando que lo suyo va más allá de los fuegos de artificio -que también los hubo-. Madrid en pie a la falta de la rúbrica, que llegó en forma de estoconazo arriba de efecto fulminante. Ondearon los dos pañuelos blancos en el palco presidencial. Puerta Grande y Madrid coronando, delante mismo de Don Juan Carlos, a un nuevo Rey de la Fiesta.

Despedida del Cid

El festejo sirvió también para decir adiós a uno de los últimos grandes ídolos de la afición venteña, Manuel Jesús, El Cid. Se despidió el sevillano de la que siempre fue su plaza con el sabor agridulce de haber hilvanado una templada faena ante el primero que podría haber recibido premio de no haber pinchado con la espada. Otra vez el acero cruzándose en el camino en Madrid del Cid.

Sí se llevó una oreja López Simón del segundo, un gran toro de Parladé con el que no acabó de acoplarse el de Barajas, acelerado y despegado. Pero el público es soberano y pidió un trofeo demasiado barato para Las Ventas.