"El fotógrafo de bodas era el patito feo de la fotografía"

Ana Martínez
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El fotógrafo Sergio López, afincado en Albacete, ha sido nominado como finalista a los Premios Internacionales de Fotografía 'Flechaenblanco', en la categoría de reportaje completo de boda

El fotógrafo Sergio López está especializado en fotografía documental de bodas. - Foto: Rubén Serrallé

Es curioso como, en ocasiones, la vida te lleva por caminos insospechados. Nació en Valencia, pero al terminar sus estudios decidió trasladarse al pueblo de su padre: Casas de Fernando Alonso, un municipio conquense que le ofreció pocas salidas laborales y que le empujó hasta Albacete, donde estableció su residencia, se casó y fue padre. Durante 15 años, Sergio López Torres ha estado trabajando como formador de equipos comerciales en una multinacional. Poco sabía de su pasión y verdadera vocación hasta que realizó un viaje a Marruecos. Descubrir este país a través del objetivo fue casi una alucinación. Volvió, se compró una cámara, hizo un curso con Raúl Moreno y Pablo Lorente y decidió renunciar a su empleo y convertirse en fotógrafo «cien por cien autodidacta». Tres años después de montar su empresa dedicada a las fotografías documentales de bodas, Sergio López ha sido uno de los cinco nominados en los premios de Fotografía Internacional Flechaenblanco en la categoría de reportaje completo del año.

¿Cómo es ese momento en el que una persona decide dejar un empleo estable para iniciar una aventura en solitario que no sabe cómo saldrá?

Hubo un momento en mi vida en el que no era feliz en mi trabajo, decidí dar un cambio y vi en la fotografía una salida, sobre todo porque la gente me animaba mucho. Un amigo me dio la oportunidad de acompañarlo los fines de semana a las bodas que él hacía. A raíz de ahí decidí dejarlo todo para buscar mi camino. Me fui a Madrid a estudiar un máster de Fotografía en el Centro Internacional de Fotografía y Cine, EFTI, y hace tres años monté mi propia empresa. Estoy especializado en bodas y en reportajes gráficos sociales, he cubierto el Open BBVA de Valencia, pero no la parte deportiva, sino social. Estoy enfocado al cien por cien a la fotografía sociodocumental, a mí me gusta contar historias a través de la imagen, me gusta que haya una narrativa, un lenguaje gráfico.

¿Conoció la era analógica?

Mi padre emigró a Alemania y de allí se trajo una Werlisa, una cámara muy antigua. Hasta que no volví a verla, hace relativamente poco, no recordaba que de pequeño había hecho alguna foto con ella. Y una Yashika y una Polaroid que en algún momento me dejó, es decir, había hecho fotos pero sin ningún interés. Pero entre que mi vocación ha sido tardía y nazco en la era digital, a mí me das una cámara con carrete y solamente por lógica la puedo llegar a utilizar, pero nunca he revelado y me da pena esa magia del clasicismo, tengo esa espinita clavada, cómo me hubiese gustado descubrir mi vocación hace 20 años para disparar en analógico.

¿Es fácil competir con tanta cámara digital y tanto móvil? Hay aficionados que se creen capaces de hacer un reportaje de boda.

Un profesor de la EFTI me decía que tener una cámara de fotos no te convierte en fotógrafo. Mi padre era ebanista y yo lo veía transformar un tablón en un armario. Esa creatividad que yo mamé entre retales y virutas de madera es lo que me ha hecho ver de forma diferente, entender las simetrías, los espacios, los instantes... También me crié con tres mujeres y eso da una sensibilidad y una forma de ver la vida diferente. Hasta hace no mucho, el fotógrafo de bodas era el patito feo de la  fotografía, pero esto está cambiando. Nosotros tenemos que entender el retrato, el bodegón, la fotografía social, documental, deportiva, nocturna... Tenemos que saber manejar la cámara como una extensión de nuestra mano y tener una anticipación y una visión totalmente diferente a los demás. Lo que diferencia a un fotógrafo profesional de bodas de quien no lo es es el lenguaje visual, la creatividad, el saber contar una historia... 

¿Cuál es, desde su punto de vista, la mejor fotografía de boda?

Una buena fotografía de boda no es sacar guapos a los novios, sino transmitir su emoción y su conexión. Nuestra responsabilidad como fotógrafos es documentar lo que está pasando, sin interferir. A mí me miran y bajo la cámara, porque no quiero que estén pendientes de mí, sino disfrutando de cada momento. Los novios y los invitados a una boda no son actores ni modelos, no saben posar. La gente cree que no es fotogénica, pero lo que les ocurre es que no saben posar. Si uno se dedica a reírse como se ríe, a llorar como llora, a emocionarse como se emociona y yo estoy ahí para captarlo, se verás bien porque es su realidad, es su esencia, y eso siempre gusta. 

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