Emiliano García-Page confesó ayer que echaba de menos a dos personas en el acto de su toma de posesión: Elena de la Cruz y Alfredo Pérez Rubalcaba. Más de quinientos invitados se reunieron en el Palacio de Fuensalida, sede de la Presidencia de Castilla-La Mancha, para que esos huecos irremplazables fueran un poco menos visibles.  Representantes de las instituciones regionales, de ahora y de la historia autonómica; el Ejecutivo central que estuvo bien representado por tres ministros del gabinete de Pedro Sánchez y el delegado del Gobierno en la región, Francisco Tierraseca; los integrantes de las Cortes de Castilla-La Mancha con su presidente, Pablo Bellido, a la cabeza; numerosos alcaldes, empezando por los de los siete municipios más poblados de la región, y los recién elegidos presidentes de las diputaciones, algunos de los cuales acudían a su primer acto oficial; fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado; la Justicia; los agentes sociales; organizaciones agrarias; y un largo etcétera de nombres del mundo empresarial, cultural y social castellano-manchego se ocuparon de que no hubiera huecos en Fuensalida, más allá de los que han quedado para siempre en la memoria. 

No faltó, desde luego, la familia, a quienes Page se refirió ayer con especial intención en su discurso de toma de posesión. Su «Dulcinea», como se refirió en un momento a su esposa, sus dos hijos, su madre, su suegra y su hermano gemelo, compartieron después el vino que se sirvió en el patio del edificio que fue residencia de Carlos V, como gusta de recordar siempre con orgullo el presidente. 

Fue casi el último en sumarse, pues tuvo que corresponder a todos los que se aglutinaron para felicitarle. No fue el único en recibir parabienes, porque alcaldes y presidentes de diputaciones  también coprotagonizaron el acto. Sin olvidar a los tres ministros presentes, que tras concluir el acto oficial se sumaron de buena gana al vino y correspondieron a las peticiones para hacerse fotos con los asistentes que así lo pidieron.

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