La Capilla Sixtina del Arte Levantino

E.F
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Las pinturas rupestres de la Cueva de la Vieja, en Alpera

Abrigo de la Cueva de la Vieja - Foto: R.S.

Hace más de 5.000 años, un grupo de hombres semidesnudos, ataviados con vistosos tocados de plumas y armados con grandes arcos y flechas, acechaba manadas de uros -el antepasado salvaje del toro de lidia- y grandes ciervos en la zona donde las planicies de la Mancha se convierten en las primeras estribaciones de los Montes Ibéricos.

No se sabe mucho de aquellos cazadores. Se desconoce qué lengua hablaban, cuál era su forma de ver y entender el mundo. Pero dos de ellos dejaron un testimonio gráfico en una oquedad del terreno, Sobre la piedra desnuda, pintaron grandes animales, hombres y mujeres retratados con muy pocos trazos, tan sólo unos pocos golpes de pintura roja y negra dispuestos con soltura, con los dedos o con primitivos pinceles.

La rueda del tiempo gira miles de años y se para en 1910. Un maestro destinado en Bonete, Pascual Serrano, inspecciona la oquedad. Pocos días antes, su hermano Daniel y su sobrino José se habían percatado de la existencia de las figuras, en el lugar que ya entonces se conocía como la Cueva de la Vieja, en Alpera.

Al año siguiente, el maestro regresa acompañado de dos hombres. Uno de ellos era uno de los ‘popes’ de la arqueología en Europa, Henri Breuil, uno de los primeros estudiosos que fueron conscientes de la importancia de las Cuevas de Altamira, en Santander. El otro se llamaba Juan Cabré, quien describe un mural con «ciervos, toros y cabras; la mayor parte de los seres humanos son arqueros que forman parte activa de estas escenas. Otras representaciones humanas son los gurús o chamanes, en la parte central y de tamaño mayor».

«Son ciertamente los protagonistas ya que representan a guías espirituales que conducen a los grupos humanos a perpetuar los deseos de una cacería satisfactoria -proseguía- otras representaciones humanas son de trazo mucho más simple, de tipo esquemático, lo que hace pensar que esta cueva ha sido visitada y pintada en dos momentos del tiempo, siendo quizá el más antiguo correspondiente al Neolítico».

El abate Breuil se encargó de que este descubrimiento se conociese en todo el mundo; Serrano se convirtió con el tiempo en un respetado arqueólogo dedicado a sacar a la luz muchos de los yacimientos que ahora se conocen del Arte Levantino, repartidos por el arco oriental de la Península.

Pero el mayor homenaje a los autores de las pinturas de la Cueva de la Vieja fue obra de Cabré. Con paciencia infinita, calcó las pinturas sobre grandes hojas de finísimo papel, a escala real. Un trabajo inconcebible para esta época de imágenes digitales. Fueron los primeros de una larga lista, realizados por toda España durante más de 20 años.

En 1998, gracias al trabajo de estos hombres y sus sucesores, la Unesco incluyó en la lista del Patrimonio de la Humanidad Cueva de Alpera, junto a 800 yacimientos similares situados desde Cataluña a Andalucía Oriental.

En 2015, el Museo Nacional de Ciencias Naturales rescató de sus fondos los calcos de Cabré. Recorrieron toda España, y las estrellas de la muestra fueron justo los primeros bocetos que éste hizo en un rincón de Alpera en 1911.