Una noche de insomnio y un gran desconcierto

E.F.
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Los testimonios de los albacetenses que vivían fuera de la capital provincial reflejan una gran perplejidad, una enorme tensión contenida y un gigantesco alivio tras el fracaso del golpe

La Comandancia Militar de Chinchilla era la única unidad militar de importancia que no estaba en el término municipal de Albacete. - Foto: J.M.

La crónica del intento de golpe de estado del 23-F en Albacete casi siempre se ha centrado en los acontecimientos que tuvieron lugar en unos pocos lugares ‘candentes’ como el Ayuntamiento capitalino, el Gobierno civil, la Comandancia militar o la Base Aérea. Sin embargo, poco se ha contado y menos se ha escrito acerca de cómo se vivió aquella jornada en la provincia.

Por ejemplo, cómo lo vivió un niño de seis años que vivía en Cenizate llamado Santiago Cabañero, que ahora es el presidente de la Diputación, recuerda un ir y venir de adultos en una tarde y una noche en la que a su familia se le juntó todo, lo peor y lo mejor, sin que él acertase a comprender del todo las causas de semejante revuelo.

«Me acuerdo de un auténtico carrusel de emociones cuya causa se me escapaba», señala, «porque entonces mi padre era el secretario general del PSOE en el pueblo, así que veía a los mayores muy preocupados por algo muy gordo que estaba pasando; también recuerdo a mi hermana muy angustiada por su novio, que hoy es mi cuñado, porque entonces hacía la ‘mili’ y estaba acuartelado».

Pero esa fue la parte más negativa de la noche, porque con golpe o sin golpe, la vida seguía y, en medio de aquel pandemónium, también hubo sitio para una buena noticia «porque justo esa misma noche, mi tía estaba en el Hospital, dando a luz a mi primo, así que para aquel niño de seis años el resumen del 23-F de 1981 fue el de una jornada que empezó muy mal y acabó muy bien».

cuéntame. El desconcierto que vivió aquel zagal de seis primaveras no fue muy diferente al que experimentaron muchos ciudadanos de a pie que no residían en la ciudad de Albacete. Muchos de sus testimonios los recogió el Instituto de Estudios Albacetenses (IEA) con una iniciativa pionera titulada Cuéntame...qué hacías el 23-F que fue uno de los primeros experimentos de historia social en torno a este acontecimiento.

Caridad Valera, por ejemplo, era una joven maestra destinada en Fuentealbilla que se disponía a celebrar su cumpleaños con su marido, que era maestro como ella, varios compañeros de profesión y un grupo de curas jóvenes con inquietudes sociales. «La tarta quedó intacta sobre la mesa, con la música militar de fondo» mientras escuchaban el bando dictado desde Valencia por el general Milans del Bosch.

«Recuerdo que el bando decía que estaban prohibidas las reuniones de más de siete personas, y yo no recuerdo el número exacto, pero allí estábamos muchos más», cuenta en su testimonio, que recuerda una noche de angustia por volver «al pozo profundo del que habíamos empezado a salir». Por fortuna, desde entonces hubo más cumpleaños, todos felices, «pero valorando lo que tenemos».

Amparo Cuenca era más joven, 16 años. Ese 23 de febrero de 1981, era una estudiante que volvía en autobús desde el Instituto de Casas Ibáñez a Cenizate. En la radio, sonaba la canción Libre, de Nino Bravo, que para ella siempre sería la banda sonora de aquella jornada de incertidumbre y recuerda «el color del día, uno de esos atardeceres dorados de La Manchuela, cuando los días ya duran un poco más».

Al llegar al pueblo, fue cuando se enteraron de lo que pasaba, «aunque las noticias eran confusas, en la tele no había noticias y en la radio solo sonaba música militar». Para colmo de males, al día siguiente, tenía examen de matemáticas pero, en este caso, el final fue doblemente feliz, pues tras una noche de angustia «el profesor de mates, conocido cariñosamente por todos como Caramba, nos perdonó a todos el examen».

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