Antonio García

Antonio García


El cerdo

17/01/2022

Se nos había dicho que del cerdo se aprovecha todo, y estos días la leyenda ha confirmado, e incluso ampliado, su exactitud al incluir entre sus prestaciones útiles la del corazón. Un paciente de 57 años debe su vida -si la cosa no se tuerce- al trasplante de un músculo cordial porcino, efectuado con éxito en la facultad de Maryland. Nadie podrá decir ahora que los animales no tienen también su corazoncito. Incluso los que gozan de una reputación más baja. Al cerdo, pese a sus probados servicios, lo hemos convertido en personificación de todo lo negativo en el hombre. Cuando a un racional le llamamos cerdo, puerco o gorrino no estamos elogiando precisamente sus virtudes. Lo denigrante del epíteto es que no alude solamente a la higiene sino que también refiere una ignominiosa condición moral, que no consta que posea el cuadrúpedo. Paradójica recompensa hacia un irracional al que debemos tanto, algunos hasta la vida. Dada su bondad natural, es seguro que el animal no se hubiera negado a ceder su corazón gustosamente en aras de la ciencia, previo contrato entre ambas partes; lo que ya no está tan claro es que, con opción a elegir, se prestara voluntariamente a desprenderse de sus jamones, su costillar o sus manitas para satisfacer nuestra gula. No sé si David Benet, el afortunado beneficiario del órgano, sentirá a partir de ahora reconcomios por consumir carne animal, lo que después de su simbiosis con el cerdo sería como comerse a un pariente. La lección que deberíamos sacar nosotros es que cuando maltratamos, torturamos, sacrificamos, o devoramos a un animal, estamos atentando contra uno de los nuestros, nuestro semejante, nuestro hermano.