"El botín de mi vida son la lealtad, la dignidad y el valor"

María Albilla (SPC)
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"El botín de mi vida son la lealtad, la dignidad y el valor" - Foto: JEOSM

Arturo Pérez-Reverte vuelve a la batalla de la mano de el libro El italiano (Alfaguara) y se adentra en una guerra de guerrillas, la que libraron los soldados italianos que a bordo de los maiales torpedeaban los barcos británicos en Gibraltar durante la II Guerra Mundial. El honor, la supervivencia, el respeto al enemigo y la amistad vuelven a ser determinantes en una narración en la que el amor está muy presente y las referencias a los clásicos son una constante.

Regresa con El italiano de nuevo a las trincheras, esta vez de la Segunda Guerra Mundial, pero a un capítulo poco conocido que llevaba 40 años esperándole en un cajón. ¿Cómo se reencontró con esta historia?

Las novelas no surgen de pronto, al menos las mías. Las novelas te acompañan, hay muchas que van conmigo y nunca escribiré y esta era una de ellas. Un día de repente toma forma en torno a algo... Pero claro, cuándo nació... pues nació cuando fui con mi padre a ver una película de italianos, o cuando estaba estudiando latín y griego, cuando traduje a Homero... pues no lo sé. El tema me interesó siempre. Todo lo que venga del mar me interesa.

El caso es que un día hará dos años estaba releyendo La Odisea, de Homero, para otra cosa y hay un momento en el que Ulises sale del agua... y ahí vi la novela.

Esta historia es fruto de la pandemia, que ha sido prolífica para los escritores.

Para mí desde luego lo ha sido. He tardado la mitad de tiempo que otras veces en escribir esta novela. Incluso ahora que hemos pasado esa fase dura, me cuido más, viajo menos y paso mucho más tiempo en casa. Eso claro, a la hora de escribir es estupendo para un tipo de escritor como yo. Yo soy un artesano. Me levanto cada mañana como el que va a la fábrica o al torno a la obra a trabajar. Si empiezas a sumar días y días de ocho a tres, más por la tarde tiempo para la corrección... pues antes hubiera tardado dos años. En eso se ha beneficiado mi fertilidad creativa de la pandemia.

Incluso hay otra en proceso...

Siempre tengo alguna en proceso. Yo termino una novela y empiezo otra al día siguiente. Mi trabajo no para. Los últimos tres meses de una novela, para mí, son la fase de corrección. Ya está escrita, no tienes nada que imaginar, nada que inventar. Ya me lo sé y mi cabeza necesita aventuras nuevas. Así que mientras estoy en la perversa y agotadora rutina de corregir, corregir y corregir necesito tener la cabeza en otra cosa.

¿No descansa nunca?

¿Sabes lo que pasa? Que yo estoy jugando. Esto es un juego. Cuando era niño y veía una película me ponía a jugar a ella hasta la siguiente película, libro o lo que fuera. He sido arponero en un ballenero, corsario, cruzado, soldado de Napoleón... He sido de todo porque mis lecturas y las películas que veía me hacían serlo. Escribir es lo mismo. Juego a disfrazarme de buzo italiano, o de mujer que mira a un buzo italiano, o de traficante o de capitán Alatriste... Cada mañana me levanto a jugar, a vivir vidas y aventuras que no he tenido. Es un privilegio. Casi me da hasta vergüenza decirlo. Hay otros escritores que se hacen mayores y mueren, aunque no lo sepan.

En este caso juega a sabotear los barcos británicos en Gibraltar a bordo de maiales, un episodio poco conocido de la Segunda Guerra Mundial, pero muy interesante. 

Si los italianos hubieran hecho la guerra en el Mediterráneo con este tipo de unidades, habrían causado mucho más daño a los ingleses. Hundieron 14 barcos en Gibraltar y 40 en el Mediterráneo. Son muchísimos. Hicieron más daño estas unidades que toda la flota de Mussolini con sus acorazados y destructores. 

A la vuelta de cada misión, los supervivientes  hacían un informe sobre lo que había hecho y yo he tenido la suerte de poder acceder a esos relatos que realizaban en primera persona. Es impresionante. He visto muchas cosas espectaculares en la vida y me quedaba impresionado de la humildad y la sencillez con la que explican lo que han hecho, o que tienen quemado un pulmón.

Vuelve a esa figura del héroe que tanto le gusta.

Me seducen los héroes que no se dan importancia, los héroes que no saben que lo son. Mi desafío es la ambigüedad del héroe. No me interesan los inmaculados, los que son tipo Hollywood, porque esos solo existen ahí. En la realidad, el héroe es mucho más complejo. No les hay puros. Lo he dicho muchas veces, he visto a gente ser heroica por la mañana y por la tarde hacer atrocidades. El héroe lo es durante cinco minutos, cinco días o cinco veces en la vida, pero  no lo es siempre. Envejece, se cansa, tiene ambiciones, lujurias, impulsos... El héroe no lo es toda su vida, no es 'ha muerto un héroe'.

¿Por qué Elena es tan importante para entender la figura del héroe?

Porque es la mirada de ella la que hace al héroe. Él es un soldado normal, que no lee libros, que no dice nada brillante ni tiene un discurso patriótico o cultural. Es un tipo guapo, varonil, sencillo... Pero es ella quien con sus lecturas y su lucidez convierte al hombre en héroe. Sin ella, él no sería más que un tipo insignificante.

Esto nos lleva a una cosa muy interesante. Cuando yo empecé a viajar y a ir como reportero a las guerras había leído mucho y aquello me permitió no solo interpretar y comprender, sino digerir y soportar. Si no has leído La Odisea no puedes reconocer a Ulises. Si no has leído La Ilíada no puedes reconocer el caballo de Troya. Si no has leído a Dante no puedes reconocer los círculos del infierno, ni a Beatriz, ni el bosque perdido, ni la oscuridad... Ese tipo de cosas son muy importantes para mí.

Presenta a la protagonista femenina  adelantada a su tiempo o, por lo menos, mucho más culta que la media de las mujeres (y muchos hombres) de los años 40. 

No estoy de acuerdo. Te pongo un ejemplo familiar. Mujeres como ella estar, estaban, lo que pasa es que la sociedad las tapaba. Mi abuela María Cristina era una mujer cultísima  ya antes de la guerra y hasta que no se quedó viuda después de esta no trabajo y mi abuela Juana también lo era. Ella quiso ser médico, como su hermano, pero su padre no se lo permitió. Lo que pasa es que como no correspondían al tipo de mujer que el franquismo vendía se las silenciaba. Yo no me invento a Elena Arbués, había mujeres así. 

¿Sobrevivir en la guerra, lealtad, respeto y amistad son una constante revertiana en la trinchera, en la literatura y en la vida?

Intento que lo sea. Yo creo que nadie te podrá decir 'Arturo me traicionó', te podrá decir otras muchas cosas de mí, pero eso nunca.

La vida me ha ido quitando poco a poco ciertas creencias. De las que quedan, las únicas que valen para todo, las que no fallan, son la lealtad, la dignidad y el valor. Cuando todo se va al diablo, el público deja de aplaudir y se apagan las luces, las palabras lealtad, dignidad y valor no se pueden comprar. Las tienes o no las tienes. Uno puede comprar sexo, fama, imagen, moda... pero esas tres cosas no las puede comprar nadie. El botín de mi vida son esas tres palabras.

En esta novela se le puede reconocer en otros detalles, como es la lectura de los clásicos en la infancia o la experiencia de la guerra.

Claro. He tenido una vida agitada, de libros, de viajes... y eso es lo que  yo vuelco en mis novelas. Con ese capital hago mi trabajo y este libro está lleno de guiños, que a veces no son ni para el lector, son para mí mismo o para mis amigos.

¿Quiénes son los héroes de hoy?

Históricamete, el héroe es aquel que es capaz de, poniendo en peligro su vida, sus posesiones, su integridad física e incluso sus ideas, hacer algo extraordinario en circunstancias extremas. Ese es el héroe y para mí están condicionados por los clásicos.

El guardia civil que está trabajando en la isla de La Palma, el bombero que ayuda al perro aislado, el que se echa al mar para salvar a alguien... el mundo está lleno de héroes, pero no van por ahí con un cartel, igual es un tío que está a tu lado tomando café. Hay que respetar a la gente porque nunca se sabe quién puede estar detrás.

¿Qué es lo que más le gusta del juego de bandos, de los grises, de esos límites de la fronteras, ya sean físicas o entre lo que se considera bueno y malo?

Has dicho la palabra clave, frontera. Mis novelas siempre se mueven en ese territorio porque es lo que a mí me interesa, tanto humanas como físicas. El personaje que vive en un lugar tranquilo, apacible, bondadoso, rodeado de paz y de tranquilidad  está muy bien, pero creo que no tiene interés narrativo. Lo normal no me interesa mucho. Pero las fronteras son turbulentas, allí la gente cambia, miente, trampea, mata, se la juega, está viva. Solo hay que pensar en la frontera de México con Estados Unidos, en el mar Mediterráneo, el estrecho de Gibraltar... No desprecio las novelas que hablan de mundos apacibles, pero no me interesan. Yo no quiero escribir de eso. Necesito la adrenalina de la incertidumbre.

Pero ahora se lleva más la polarización. Se es de un lado o de otro, se está a favor o en contra de algo.  

Y yo creo que es un error. Nos perdemos muchas cosas. Mi punto de vista a lo largo de la vida ha cambiado muchísimo. Cuando uno se enroca en posiciones extremas no aprende, no cambia, no evoluciona, no se mueve y eso lleva a lugares muy perversos. La vida me ha enseñado que el mundo es una gama de grises y me gusta moverme en esa incertidumbre, me gusta sorprenderme.

 

Los soldados italianos fueron retratados en el cine inglés como «patéticos» pese a que hubo héroes con una imaginación brutal. ¿Los británicos lo bordaron con las leyendas negras?

Incluso en el cine italiano se burlaban de ellos mismos porque son unos cachondos, pero sí, los ingleses fueron especialistas en leyendas negras para todos. Ellos maravillosos, los demás infames.

Con los españoles se cebaron. ¿Qué le parece el revisionismo que se hace ahora de nuestra historia?

La Historia debe ser revisitada, reiluminada, por supuesto que debe ser analizada y requeteanalizada, claro que sí y hay que buscar los ángulos nuevos, lo que nunca se puede hacer es mirar al pasado con la moral del presente. Ni puedes pedirle a Pizarro o a Cortés que se comporten como una oenegé del siglo XXI. No puedes. Y si lo haces es que no sabes lo que es la Historia. Ahora se está exigiendo a los romanos, a Alejandro Magno, a los persas o a los cruzados de Jerusalén que se comporten como se haría hoy y eso no puede ser porque el mundo es diferente.