Ángel Antonio Herrera publica su "biografía en verso"

Emilio Martínez
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'Los espejos nocturnos', presentada en Madrid y pronto en Albacete, recoge su poesía reunida

El escritor albacetense Ángel Antonio Herrera. - Foto: Emilio Martínez

Suma y sigue. A la ya amplia hoja de servicios culturales de Ángel Antonio Herrera a  diversos géneros literarios que abarcan la novela, el ensayo, la crónica y sobre todo la lírica, que ocupa la mitad de su vasta obra. Porque ahora crece con la publicación de una nueva y especial. Sí, especial, porque se trata de la recopilación de sus creaciones poéticas durante tres décadas. Es su nuevo libro, Los espejos nocturnos, editado por Akal, que acaba de salir a la venta, y ya cuenta con excelentes críticas. Y que está tan unido a la persona de su autor que el albacetense califica con rotundidad como su «biografía en verso». Porque estima que el poema es siempre la biografía del poeta.

Una obra que el pasado lunes presentó el director del ABC, Juan Quirós, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid -ciudad donde lleva Herrera residiendo mucho tiempo-, y pronto tendrá su puesta de largo en Albacete, donde ya le han llamado para ello. Un evento del que el paisano afirma que se llevará a cabo «cuando tenga un rato».

Ya se sabe que el tiempo vuela y que si como en el legendario tango de Gardel y Le Pera, Veinte años no es nada, en este caso tampoco treinta, porque este polifacético intelectual no se había puesto a pensar en que ya llevaba esas tres décadas pariendo sus creaciones en verso. Así lo confiesa a La Tribuna: «Vi, de pronto, que desde el primer libro publicado hasta el último había transcurrido increíblemente ese tiempo. ¡Qué milagro, y qué desastre! Me pareció una circunstancia estupefaciente, digna de recordarse en un libro que ya tenía, porque este es un poemario de seis poemarios».

A este paisano no le falta el humor de la tierra, con su fondo de denuncia a ciertas modas sociales en cuanto a la forma de comunicarse, pues añade -e incluso presume de ello- que ahora que se lleva la intimidad de Instagram, él ni tiene Instagram ni le interesa: «Voy y doy mi intimidad por menos de 20 euros». En tal aspecto, el prestigioso colega suyo como periodista, escritor y poeta Antonio Lucas, cuenta en el prólogo del libro algo quizás sorprendente: Que en Los espejos nocturnos su autor ha convocado a algunos de sus mejores demonios.

Pero que Herrera no niega, al contrario, lo acepta porque lo de tan original convocatoria le parece que es correcto: «Está en lo cierto, es un libro de un hombre que incluye muchos hombres». Y es que el albacetense afirma que el hombre es una asamblea, de modo que el poeta suele encontrarse sobe todo con los otros que no ha sido. O quizás que sí ha sido, pero aún no lo sabe. «A mí para eso me ha sido siempre propicia la noche, o sea, el espejo nocturno».

De ahí que tras las anteriores premisas sobre la otrosidad -y perdonen el palabro-, está bien claro que el título del libro no es un accidente y le vale para cada vez que se sitúa ante e n el espejo. Ya que Herrera sostiene que la imaginación siempre recuerda a esos hombres que no han sido, como aparece en la obra de forma abundante: «Cada vez que yo me miro en un espejo, en la noche, soy el mismo, pero soy otro». Una cuestión que le viene persiguiendo desde sus inicios poéticos, en una especie de constante inercial -«pero pretendida», precisa- en los poemarios remotos y en los más recientes: algo que siempre le inquietó «en lo vital y en lo literario».

Y es que a pesar de la amplia y variada producción del paisano en tantos campos, no alberga ninguna duda de que en rigor él no es otra cosa que poeta: «Lo que pasa es que he tenido que escribir a lo ancho, porque así sí cobras la escritura». Y en tal sentido de sustento económico se trata de un poeta que se hizo más o menos popular y mediático escribiendo sobre gente del corazón y saliendo en diversos programas televisivos de semejante catadura que ya ha abandonado.

los políticos y la cultura. «En efecto, hace ya bastantes años que no ejerzo», relata, aunque considera evidente que durante muchos años ha hecho lo que califica como crónica social, «que es un género literario, en la prensa, porque incluye el cine, los libros o la música». Pero defiende que lo dejó cuando, más o menos, el famoseo se convirtió en un oficio para sus protagonistas, los famosos. «Desde entonces me dedico al columnismo de opinión, y a la glosa cultural».

Al margen de aquella parte de su vida profesional ya olvidada, hay una temática y una cuestión personal más allá del periodismo que también despierta mucha polémica y cada vez más: los toros. Una afición, o mejor inclinación, que nunca oculta, aunque tampoco se considera estrictamente un gran entendido, ya que como es un tema que le importa admite que le gustaría saber mucho más del mismo. «Así, en general, he de decir que suscribo un lema de mi amigo Rubén Amón, quien afirma que los toros escandalizan porque ponen en discusión las falsas certezas de la sociedad contemporánea».

un territorio amargo. Sin entrar en ideologías de partido, a un intelectual como él que, como periodista y como opinador de la cultura, se posiciona en diversos asuntos de la misma, parece justo y necesario inquirirle sobre los políticos en general. «¡Uff! La política es ya un territorio amargo. Cada día cuesta más no decepcionarse, mires adonde mires. De los políticos lo que más me molesta, de todos modos, es que quieran tomarme por tonto».

E igualmente se posiciona sobre ellos de forma particular en cuanto a la cultura, que como según piensa, no da votos, pues habita en el olvido. Y echa mano de su humor corrosivo, cuando añade que lleva esperando mucho tiempo a  que algún político recomiende un libro. «Sí, ya sé que algunos recomiendan series, como se hace en las peluquerías, pero eso no va a ningún sitio».

Y, para cerrar esta triste situación de la cultura en nuestro país relata una anécdota real, que debe a su admiradísimo José Luis Cuerda, y que lo demuestra a la perfección: Un industrial de Burgos llevó a Madrid a la amante, y se metieron los dos en el Café de Lyon, donde estaba escribiendo César González Ruano. La mujer, al ver a César, ensimismado en la escritura, le dijo al industrial que si a ese hombre que escribía le pagaban. Y él,  enteradísimo, le respondió que claro que no,  porque si le pagaran escribiríamos todos. «Tal es el retrato de lo que, en general, el gentío entiende por un tipo que escribe, y por el valor de lo que hace», concluye Ángel Antonio Herrera.