«Los valores de Chillida se ven representados en su trabajo»

Virgilio Molina
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Mikel Chillida, director de Desarrollo del Museo Chillida Leku, disertó sobre la doble faceta personal y artística de su abuelo en el Museo de Albacete

Mikel Chillida, director de Desarrollo del Museo Chillida Leku. - Foto: Rubén Serrallé

El Museo de Albacete acogió la primera de las conferencias dedicada a conmemorar el centenario del nacimiento de Eduardo Chillida, que pronunció el nieto del célebre escultor y grabador vasco, Mikel Chillida, director de Desarrollo del Museo Chillida Leku, centrada en la doble faceta personal y artística de su abuelo.

¿Una forma de aproximarse al pensamiento que late debajo de sus obras?

Sí, en el caso de Eduardo Chillida el artista y la persona son prácticamente idénticos, todos sus valores y forma de actuar en vida se ven representados en su trabajo, creo que esa integridad  es muy importante, porque en el fondo la obra representa al artista en sí mismo.

En ese sentido, ¿qué recuerdos tiene de su abuelo como persona y artista?

Durante toda la primera etapa de mi vida los recuerdos van vinculados a la persona, de cómo era de cercano y accesible, más adelante fui descubriendo al artista en un proceso que calificaría de muy bonito porque todo lo que descubría de esa faceta ya existía en la persona, esa idea de conocerlo dos veces  fue realmente especial.

¿Qué destacaría de esa faceta artística, quizás su incesante ansia por experimentar?

Sí, era una persona siempre curiosa, nunca dejó de preguntarse por las cosas que a simple vista no se ven, tenía una mirada afilada, casi de un niño, para eso hace falta tiempo y él era una persona paciente en ese sentido, muy constante, nunca tenía prisa, pero, a la vez, siempre estaba trabajando.

¿Cuáles son los rasgos de su personalidad que más recuerda o bien le han marcado?

Algo que me ha marcado mucho es lo tolerante que era para el resto de personas y, paralelamente, lo estricto que era consigo mismo, tenía una disciplina férrea de trabajo y un grado de compromiso con lo que hacía elevadísimo, algo que nos marcó a toda la familia.

¿Alguna anécdota ilustrativa?

Pues recuerdo mucho que cuando tenía unos 10 años comía en casa de los abuelos, justo encima del Peine del viento,  y en el momento del café nos pusimos a jugar los primos y le lancé una pelota pequeña de tela rellena de arena a mi aitona, que había sido portero de la Real Sociedad,  y cuando se le cayó al ir a cogerla, la recogió y estuvo dos horas de reloj mirándola fijamente y tratando de entender bien qué había pasado... es un fiel reflejo de lo concienzudo que era.

Personalmente y como profundo conocedor de la obra de Eduardo, ¿qué valora especialmente de su legado?

Para mí lo que tiene un valor inmenso es el profundo impacto que tuvo su obra en una sociedad tan compleja y cambiante como era la del País Vasco en los años 60,70 y 80, su capacidad para crear lugares, más que hacer esculturas, toda su obra pública tiene esa dimensión. Un lugar lo completa el ser humano en relación a la propia naturaleza y espacio, por lo tanto realizar obras tan fuertemente vinculadas a conceptos como la tolerancia, el diálogo o la paz hace de esos lugares espacios de concordia y donde se pone en valor a la persona, de hecho tenía un aforismo fantástico que solía escribir: «una persona, cualquier persona, vale más que una bandera, cualquier bandera».

En un año plagado de homenajes, ¿cómo le gustaría que su abuelo fuera recordado?

Cada uno debe recordarlo  desde su propio prisma y creo que a mi aitona le hubiera gustado que cada uno tuviera su propia opinión, sea la que fuere, algo conectado a su forma de ser, por ejemplo no le gustaba comentar una escultura suya porque decía que si la explicaba la gente creería que esa sería la explicación buena y él entendía que todas eran igual de buenas. Me encantaría que la gente lo siga teniendo en su ideario, tanto de artista como de humanista comprometido con los valores de una sociedad.