Meses después de haber superado la pandemia provocada por el Covid-19, sus consecuencias siguen demasiado presentes en nuestra sociedad. Uno de los sectores más afectados fue el de los jóvenes, que vieron cómo, de la noche a la mañana, se desmoronaba el mundo idílico creado artificialmente desde las redes sociales. Para ellos fue un baño de realidad del que muchos no se recuperaron aún. De hecho, esta semana La Tribuna de Albacete informaba a sus lectores de que los especialistas detectaron un gran incremento de trastornos mentales entre los jóvenes. En concreto, en la capital, un 7,4% de los vecinos menores de 30 años padece depresión.
Es una pandemia silenciosa que marcará el devenir de las próximas generaciones y será un problema social, si no se revierte la situación. Pero este hecho nos debe hacer reflexionar sobre la sociedad que creamos día a día, donde la superficialidad prima sobre los valores judeocristianos que nos permitieron llegar y mantener un sistema democrático, donde el individuo tiene sus derechos, pero también sus deberes -que a veces parece que se nos olvida-, También considera a la familia un pilar fundamental de la sociedad. Y esa familia es la que ahora debe arropar a los jóvenes que están en apuros mentales y que, por ley natural, son el próximo eslabón de la cadena generacional. España no se puede permitir el lujo de perder un tanto por ciento importante de su juventud, porque las próximas décadas se intuyen muy duras y habrá que dar lo mejor de nosotros para superar los retos a los que nos deberemos enfrentar en los próximos años.