Turandot: La china italiana

Ilia Galán
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La inacabada obra magna de Puccini muestra una espectacular orquestación que se une a espléndidos coros y sirve de preludio a nuevas temporadas en lo que hoy es uno de los mejores teatros de ópera del mundo: el Real

Turandot: La china italiana - Foto: Javier del Real

Se esfuerzan los minimalistas en destruir el gran espectáculo de la ópera y con ello insisten produciendo muestras de poca inteligencia una vez y otra, con sosas y simplificadas escenas, baratejas -en teoría- pretenciosas conceptualmente, pretendidamente modernas cuando ya están más que desfasadas. Sin embargo, esta reposición de la escenografía que pudimos ver en el Teatro Real en 2018, de Robert Wilson no consigue destruir la obra y funciona, tiene incluso cierta elegancia. Si bien otras podrían ser mucho más adecuadas, el carácter abstracto, algo que rememora la Guerra de las Galaxias, con esquemáticos colores y movimientos, es frío y estático, como estáticos son los actores que parecen estatuas de sal bíblicas o que hubiesen sido congelados, pacientes en sus rígidas posturas, entre rojos, negros, grises y sombras cortadas por luces de neón. Se les tortura y no se mueven, se besan pero solo lo dicen y apenas lo muestran. 

El éxito de esta coproducción en la Ópera National de París, la Canadian Opera Company de Toronto, el Teatro Nacional de Lituania y la Houston Grand Opera muestra que también hay modos sencillos de producir la belleza, como en la severidad de El Escorial, si bien hay que ser genial para lograr espectáculo con lo mínimo. 

No es el esperado espectáculo de las Mil y una noches en que se basa el libreto, a partir de una obra homónima de Carlo Gozzi, sin embargo, aquí, el reestreno de esta producción para cerrar la temporada, en medio de los calores veraniegos, al que acudieron clásicos como Pedro J., Ana Botella y otras celebridades como Vicente Molina Foix, Jaime Peñafiel o Pedro Almodóvar, revivió esa tensión fervorosa que se dio por vez primera en Milán, el 25 de abril de 1926.

Turandot: La china italianaTurandot: La china italiana - Foto: Javier del RealEste final de temporada coincide con la última e inacabada ópera de un Puccini que moría en 1924 entre los brazos de la gloria, víctima del cáncer. Su obra lo llevaría en la actualidad a ser uno de los compositores más representados en todos los teatros de ópera del mundo, entre los 10 primeros, repitiéndole diferentes obras. 

En Toscana, la casa de Puccini en Torre del Lago, el lugar donde disfrutaba tanto cazando y donde se halla enterrado, se descubre un pequeño palacio lleno de obras de arte y buen gusto que se mantiene casi como cuando él vivía. La casa donde nació, en la cercana Lucca, como la del lago, es continuamente visitada por turistas de todo el mundo que devotos peregrinan al creador de tantos sueños, glorificado.

Inacabada

Esta gran obra quedó inacabada, Franco Albano la terminó vertebrando las escenas finales y su dúo, a partir de los apuntes y esbozos del genio toscano, quien tres años antes de morir dudaba, como cuando le escribió a Sybil Seligman: «Me parece que ya no tengo fe en mí mismo; el trabajo me abruma, no encuentro nada bueno. Creo que soy ya una persona en declive.» Un declive que dio una obra cumbre de la historia de la ópera y de la música occidental y, casi, oriental. En una carta a Adami, de 1923, confiesa: «Turandot me da miedo y creo que no la terminaré; o si la termino, será un fiasco...» No la terminó, pero casi, y fue un éxito, una de las obras de su catálogo más valoradas por los expertos en la actualidad. Ensayaba ya otras formas de la tonalidad y casi la bitonalidad, con grandes disonancias que lo acercan a Stravinsky o a los impresionistas e incluso al expresionismo. La música china había influido, inspirándole desde un nuevo universo sonoro que había conocido en Strauss y veía muy diferente al que le había llevado al triunfo, pero ya le encontraba viejo. Para ello decidió alejarse del verismo y adoptar un universo simbólico. Estaba fuera de su entorno natural y, sin embargo, logró dar a luz una obra fascinante.

Turandot: La china italianaTurandot: La china italiana - Foto: Javier del RealLa historia de la cruel princesa, Turandot, que ejecuta a sus pretendientes si no aciertan con los enigmas, es vencida finalmente por la osadía enamorada de Calaf, amado hasta la tortura y la muerte por la fiel esclava, Liù, modelo de entrega y amor puro.

La obra muestra una espectacular orquestación que se une a grandes coros, espléndidos, según ha dejado como excelente herencia Andrés Máspero. A la batuta, Nicola Luisotti, muy aplaudido; se pudo escuchar una poderosa interpretación fiel a la partitura. Los cantantes, correctos en general, con una Turandot, la soprano Anna Pirozzi, que no deslumbró como sería esperable; el príncipe Calaf, el tinerfeño Jorge de León, con voz algo oscura y metálica, que comenzó apagado, luego se creció, con mucho vibrato, y logró desarrollar una de las más célebres arias de la historia de la música: Nessun dorma, sin entusiasmos pero adecuado. La bondadosa Liù, aquí Salomé Jicia, no destacó en la primera aria pero los filados luego la levantaron por encima de su marmóreo estar, como el de tantos, en una escena casi fija.  El emperador, correcto (Vicent Esteve), y divertidos Ping, Pang, Pong, figuras histriónicas con un importante papel (Germán Olvera, Moisés Marín y Mikeldi Atxalandabaso).

Turandot: La china italiana
Turandot: La china italiana - Foto: Javier del Real
Un total de 17 funciones llenarán el teatro hasta final de mes, celebrando una obra magna que provoca enorme disfrute, buen cierre de curso que preludia nuevas temporadas en lo que hoy es uno de los mejores teatros de ópera del mundo: El Teatro Real.