Antonio García

Antonio García


Lodares

15/05/2023

Ya se han levantado las primeras voces de alarma sobre la reforma del Pasaje de Lodares, juzgada por muchos innecesaria. El ingenuo ciudadano de a pie, que se limita a transitar por las calles sin un conocimiento exhaustivo del subsuelo o de los esqueletos arquitectónicos -en los que sí pone ojo el especialista- no había detectado que al ilustre pasaje le hiciera falta remiendo alguno. Yo mismo, el más ignaro de todos, en mi última paseata previa al arranque de las obras, sólo pude advertir, si acaso, la presencia de chicles pegados al pavimento, que hubiera tenido arreglo con un buen fregado. Al Consistorio, sin embargo, le pareció que una sencilla tarea de mantenimiento -encalado, limpieza de la roña- no está completa sin el concurso de la piqueta. Las malas lenguas quieren ver en el actual destripamiento motivaciones políticas: proximidad de las elecciones, justificación de unas subvenciones europeas. Más sencillo que todo eso, quizá lo que mueve a esta, como a las anteriores intervenciones urbanas, es un afán de señalarse, un dejar constancia de que por allí pasó el Atila de turno. Si en el haber de unos estuvo tirar el Teatro Circo, en el de otros Salesianos -por no remontarnos a crímenes más antiguos- y en el de los futuros estará completar la destrucción de la calle Ancha, el equipo actual, no saciado con una peatonalización, querrá dejar su impronta en donde más nos duele, un bonito pasaje que, aunque no eliminado, sí quedará muy tocado. Que las medidas sean impopulares (y tampoco es que los ciudadanos, ya resignados, nos movilicemos mucho) poco importa a unos regidores que paso a paso consuman el desangrado de una ciudad alegre y confiada.