Antonio García

Antonio García


El bolígrafo

16/01/2023

Entre los inventos revolucionarios de la humanidad, deben contarse algunas herramientas, que si no tan determinantes como la rueda, merecen nuestro reconocimiento: una de ellas, el bolígrafo, perfeccionamiento de otras como el grafito o la pluma de ave. El modesto bolígrafo escolar, con o sin capucha, tenía dos prestaciones básicas: la de escribir y tachar. Merced al tenaz progreso se ha revelado también instrumento para salvar vidas, y ahora los científicos han descubierto que la segunda de sus funciones -la de tachar errores- es aplicable al cuerpo humano. Nuestro cuerpo constituye un palimpsesto sobre el que vamos escribiendo el texto de nuestras vidas y en el que es inevitable que de vez en cuando surjan errores que precisan enmienda. A esos errores los llamamos enfermedades, que se corregían con administración de agentes externos o en caso de gravedad con aparatosas cirugías. Pero bastaba con visualizar esas perturbaciones, editar nuestro ARN como hace un procesador de texto, para una vez detectados corregir uno a uno los genomas defectuosos por el procedimiento más sencillo de todos: tacharlos a golpe de bolígrafo. Un bolígrafo desde luego más sofisticado que el Bic de toda la vida, un bolígrafo genético, preventivo y sanador, cuyas aplicaciones milagrosas ya quisiéramos extensibles a otras situaciones cotidianas. Por ejemplo, cuando metemos la mata, cuando optamos por una decisión irrevocable, cuando como el poeta nos hemos equivocado en las cosas que más queríamos. Nuestra vida, y no solo nuestras enfermedades, necesitan de un corrector de textos, un bolígrafo borrador que posibilite volver a escribir con mejor letra sobre los tachones, lo que diríamos una segunda oportunidad, un borrón y cuenta nueva.