Javier López-Galiacho

Javier López-Galiacho


Doña Germana

07/03/2023

Como cada mañana de todas sus mañanas, doña Germana se levantaba con el alba. Se hacía el primer café que tomaba de pie porque así dejaba montado el desayuno de sus hijos. Acabada la tarea, preparaba los babis escolares con el pañuelo Guasch de tela remetido en el bolsillo. En menos de una hora ya había dejado listos a sus tres hijos para luego acercarlos a la parada del autobús. Antes de salir de casa, había dejado al marido el desayuno sobre la mesa y el traje de chaqueta inmaculado sobre la tabla de la plancha. Al regreso, doña Germana hacia la casa. Luego tocaba levantar a don Antonio, el padre viudo, pues entonces los mayores no eran aparcados en residencias. Doña Germana cuidaba con extraordinario mimo al señor Antonio. «Ahí tiene el café y el ABC, padre, que yo me voy al mercado», le decía doña Germana y ella cogía el carrito de la compra y abría la caja metálica donde el marido guardaba el dinero de su nómina de la Diputación. Con timidez y recato, extraía un billete verde de aquellos de mil pesetas con la figura impresa de Galdós y otro azul de quinientas con la efigie de Jacinto Verdaguer y su barretina. Doña Germana doblaba aquellos billetes, guardándolos bajo el aro del sujetador. Al llegar al mercado de la ciudad, medía las compras para no asfixiar la maltrecha economía familiar. Cargaba tanto el carrito que alguna vez la fruta rodaba por la acera. No era raro encontrarse de vuelta con una amiga a la que rápido despachaba diciendo aquello de «lo siento es que padre está solo en casa». Doña Germana a media mañana cocinaba entre pucheros para toda la familia, mientras escuchaba a Bobby Deglané en el transistor de pilas. Servía la comida a los niños, al padre y al marido. Luego, lavaba a mano los platos con el fondo de las radionovelas de Guillermo Sautier Casaseca. Así cada tarde de todas las tardes. Don Antonio murió, los tres hijos crecieron y se quedó en casa con un marido mudo. Hasta que un día éste la palmó, dejando sola doña Germana, a la que de vez en cuando visitaban los hijos. Una tarde sin nombre del frío otoño la encontraron sin vida en la cocina, mientras que en el transistor se escuchaba aquel consultorio de Elena Francis en Radio Juventud. Mañana se celebra el día de la mujer trabajadora. Hoy quiero reivindicar a todas las anónimas Germanas que levantaron la España que hoy disfrutamos.