Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Por naturales

11/11/2023

En el parlamento observo que los diputados, al hablar por teléfono, también cuando hablan entre ellos, se tapan con la palma de la mano, para evitar que sus palabras puedan ser tomadas al descuido por algún redactor gráfico u oídas por un cronista parlamentario. Todo cambia -y generalmente para peor-. Antaño la política era cosa de muy brutos, pero de una brutalidad angélica. Un diputado regional me dijo en una comida: «Soy un tipo feliz; cobro 14 pagas; me reintegran el kilometraje; si he de hacer noche la pago con cargo a dietas; y tengo una tableta y un terminal móvil de última generación -y sacó el móvil y parecía un becerrista dándome una tanda de naturales; a mí, que no tengo un pase-». Me sorprendía del diputado regional su alegría de niño -no escondía nada- y su generosidad al compartir su suerte; movía mucho las manos y sonreía (con esa sonrisa de los niños de Sorolla) y sabía -y era cierto- que no nos molestaban sus confidencias tan abiertas (éramos tres a la mesa); y yo reparaba que podría escucharnos cualquiera -los españoles hablamos muy alto cuando nos regalamos un arroz-. Si el diputado nos hubiere hablado en voz baja o de manera secreta, de su suerte, y nos hubiere mostrado el teléfono disimuladamente, lo habríamos tomado a mal -al fin era y es uno de los nuestros-. La política siempre ha sido el bullicio y la liturgia del foro, los discursos solemnes conllevaban el aderezo de los corrillos, las maldades se compartían por entre los periodistas -¡y hasta con los aludidos!-. En los regímenes dictatoriales un edecán se acercaba al autócrata y le susurraba al oído -y ese susurro era algo terrible para el hombre recibido en audiencia; peor si la audiencia era para un grupo-. La costumbre intermedia -en el punto medio la virtud- de taparse con la palma de la mano parece que trae causa o imitación de los entrenadores de fútbol que esconden sus órdenes y estrategia. Era mejor Luis Aragonés gritando a todo pulmón y mostrando su dentadura de sarro. Había cosas que se decían por decirlas. Un concejal siempre me decía al cruzarnos por la calle: «Que se mueran los pobres». Pero esto de taparse con la mano es como el torero que se pone detrás de las tablas. Mejor el diputado dando tandas de naturales.