Antonio García

Antonio García


Los premios

01/05/2023

El premio Cervantes de este año honró a Rafael Cadenas, un poeta de más de 90 años, y no hay que ser un adivino para vaticinar que no va disfrutar mucho de su gloria, como tampoco la disfrutaron Joan Margarit o Francisco Brines, muertos poco después de recibirlo. Es la injusticia soberana de estos premios que, de acuerdo a una norma no escrita, se otorgan a autores que no tienen futuro. Es decir, están dirigidos a una obra ya cumplida, pero no al autor de carne y hueso que la manufacturó, pues de haber pensado en ellos se les hubiera entregado antes, dándoles así oportunidad de gozar la recompensa. A los autores verdaderamente grandes se les cala en su mediana edad y lo que viene después es una simple corroboración de su genio: es en esa etapa de plenitud -que muchos alcanzan a los 40 ó 50 años- cuando habría que recompensarlos con el premio gordo y, sin embargo, se espera a que rebasen los lindes de la vejez, cuando no se tienen en pie o lo tienen ya en el estribo, y son los buitres de los herederos, y no ellos, quienes disfrutarán del botín. Nadie acusaría de premura al jurado que concedió el Nobel a Thomas Mann antes de los 60, que se podría incluso haber adelantado. ¿Por qué esperar a que los entuben? Por supuesto que un reconocimiento temprano arrastra el riesgo de que los beneficiarios se duerman en los laureles, desmerezcan la confianza que se ha puesto en ellos y la pifien en sus obras posteriores, fenómeno no infrecuente y no sólo atribuible al deterioro de neuronas; en estos casos, con los mismos argumentos con que se les concedió el premio, siempre cabe la opción de quitárselo.