Etiquetar falacias

José Francisco Roldán
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«Ese paradigma de lo que supone mentir para lograr el poder, lo puso en práctica Fidel Castro en su revolución cubana, ejemplo de traición a las expectativas de un pueblo»

Hugo Chávez y Fidel Castro. - Foto: Reuters

Nos ha tocado vivir un nuevo etiquetado ideológico. Nadie puede sentirse libre opinando sobre algunos asuntos, so pena de ser calificado indecentemente, sin más justificación ética, moral o legal. Un movimiento político, autodefinido como progresismo, no hace más que limitar libertad, pero manoseando eufemismo como si fueran verdades absolutas. Estrategias que se inventaron a primeros del siglo XX impregnado en sangrientas revoluciones armadas para lograr el poder, porque era su objetivo: controlar los recursos más poderosos de la nación para imponer sus dictados con maldad sin límites. Todo se justificaba en nombre del pueblo oprimido contra oligarquías o tiranías execrables. 

El proceso para asaltar los cielos sociales ha significado todo un muestrario de villanías, en algunos casos edulcoradas con la manipulación de la sociedad para alcanzar la influencia usando, formalmente, procesos democráticos. Democracia no es más que un sistema de Gobierno con versiones para todos los gustos, pues se aceptan directa, liberal, participativa, social, representativa, parlamentaria, constitucional, religiosa, autoritaria y presidencial.

En España, el Partido Comunista de España preconizó lo que llamaban democracia de nuevo cuño, un modelo que aplicaron mientras tuvieron capacidad para imponerla. En ese catálogo de modelos encontramos varios mixtos, que actualmente rigen las sociedades más avanzadas en derechos y libertades, aunque sufren imperfecciones determinadas por la capacidad de influir en las decisiones de una población, que vota entre artimañas, promesas y expectativas, muchas veces perversamente pergeñadas. Y de eso conocemos en España. 

Ese paradigma de lo que supone mentir para lograr el poder, lo puso en práctica Fidel Castro en su revolución cubana, ejemplo de traición a las expectativas de un pueblo, más tarde imitado en varios países de América, como Nicaragua o Venezuela, por ejemplo. Lugar de peregrinación de nuestros progres hispanos, abducidos y ensimismados por la libertad y prosperidad en ese falaz milagro social del Caribe. 

ESTRATEGIA FRAUDULENTA. Salvando ciertas distancias, no se puede negar algún paralelismo en la estrategia fraudulenta practicada por nuestro actual Gobierno español, según una buena parte de ciudadanos, gravemente afectados y defraudados. Escuchar parrafadas sobre valores, compromiso, honradez, patria, sinceridad, promesas, coherencia, honestidad, respeto, empatía, resiliencia, poner en valor, aceptar retos, emprender políticas de consenso, negociar, debatir, enfatizar sobre lo que mejor afecta a nuestro pueblo, responder a los requerimientos sociales, garantizar derechos y libertades, aceptar propuestas constructivas, arrimar el hombro, incentivar acciones de progreso, asumir las necesidades colectivas, proponer cualquier cosa que lleve al bien común, respaldar las iniciativas que emanan de la sociedad, respetar la igualdad entre todos los ciudadanos españoles, protegerlos de las desigualdades de todo tipo, cumplir lo que se dice, en fin,  esa larga serie de falacias habituales, nos hace poner énfasis en lo que dijo Fidel Castro, según aparece en redes sociales, en una entrevista cuando estaba a punto de triunfar por la fuerza de las armas sobre el régimen del presidente Batista Castro, fumando esos puros que solía enviar a sus amigos de España, negó que en su movimiento hubiera ideas marxistas o comunistas. 

Su filosofía política era la democracia representativa y justicia social con una economía bien planificada, porque no iban a quitar tierras a nadie, las comprarían para repartir entre los campesinos pobres. Se establecería un gobierno parlamentario y representativo. Estaban luchando contra la tiranía, pues no había libertad ni justicia. No pensaba ser presidente. Alcanzarían el poder mediante elecciones libres. En Cuba era bajo el estándar de vida y había cientos de miles de jóvenes cubanos sin trabajo. Para muestra un gran botón. Cambió de opinión sin remilgos. Hasta una de sus hermanas, como tantos cubanos represaliados después, adjuró del movimiento revolucionario, con un recuerdo especial para el mayor asesino, referente mundial de los progres: Ernesto Che Guevara, etiquetando falacias.