El pasado viernes todos los medios de comunicación nos hicimos eco del primer aniversario de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, que tenía la intención de acometer una operación rápida para anexionar algunas regiones ucranianas estratégicas para la defensa de Moscú frente a la amenaza de la OTAN. Sin embargo, Vladimir Putin y sus asesores subestimaron al pueblo ucraniano y un año después las batallas siguen con una creciente escalada de violencia que nadie sabe hasta dónde llegará. La guerra de Ucrania puede suponer el inicio de un conflicto que cambie para siempre el mundo. No es el único foco de hostilidades, porque en Oriente Próximo las fricciones entre Israel y los países árabes van in crescendo y China amenaza con la invasión y posterior anexión de Taiwán. Algunos expertos dicen que es fruto de la globalización, la misma que está a punto de desaparecer por el resurgimiento de una confrontación de bloques -de un lado Estados Unidos y de otro China-, donde Europa cada vez pierde más peso específico, ardiendo en su propia hoguera de las vanidades, con unas instituciones donde la burocracia prima sobre las acciones.
Parece que las últimas décadas de paz llegaron a su fin y se abre un nuevo tiempo, donde la globalización económica se verá coartada y en el que la autosuficiencia alimentaria y energética será clave para los distintos países. La guerra de Ucrania puso sobre la mesa esta circunstancia, mientras la Unión Europea se empeña en dejar de producir en nuestro campo para importar de terceros países con las garantías sanitarias puestas en entredicho, cuando menos. Nos espera una época de cambios geoestratégicos de gran calado. Hay que estar preparados.