José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


El paipái de Tamara

09/08/2023

Tamara Falcó regaló paipáis de estilo filipino a los invitados a su boda. Eran paipáis personalizados; el mango de madera mostraba inscritas las iniciales del nombre de los novios, iniciales que, superpuestas, parecían el logo de una multinacional o de un joldin solvente. Yo prefiero el abanico porque es más nuestro, más sólido y da más aire. El mango del paipái hay que agarrarlo con suavidad, lo digo por experiencia; bastan tres dedos, porque, si la pasión y el calor te ofuscan, la rafia se deshilacha y acabas con el mango en la mano y sin ventalles. Lo del paipái filipino ha dado a algunos por pensar si fue la madre la que eligió el detalle o fue la hija la que quiso tenerlo con doña Isabel, que no es la Pantoja, que siempre ha habido clases.
El caso es que uno de ellos ha acabado en manos de un particular que lo ha puesto en venta a un precio desorbitado en una aplicación especializada en objetos de segunda mano, nunca mejor dicho. Los materiales de desecho de los ricos son, para muchos currantes y friquis, objetos de deseo con cuya venta invitar a la parienta un fin de semana en un hotel de Benidorm, todo incluido. Las reliquias de mártires y visionarias ya no dan dinero como en la Edad Media, salvo la mano milagrosa de la santa carmelita que, bien orientada en la mesita de noche, bendecía cruzadas. Ahora las reliquias son una uña sanguinolenta de Lady Gaga, el pañuelo con que Messi se enjugó las lágrimas y el dolor cuando se despedía del Barça, la caja de la pitsa que Bruce Springsteen pidió como maná a su habitación del hotel, la chalina que Raphael regaló a una admiradora tras un sermón improvisado o el paipái de la Falcó.
A Tamara, cuando hablaba, me costaba entenderla porque la lengua se le descontrolaba en la boca como una hurí bailando en el cielo del paladar. Alguien se dio cuenta, y, desde que comenzó a salir en programas televisivos, a la sinhueso la han relajado y ahora solo baila chotis. Pero con los paipáis, con su código de miradas y abaniqueos, no es necesario hablar, y en la boda de Tamara, en la que a diferencia de la de Canaán no faltó de nada, hubo cientos de ellos, agitándose todos como en un cortejo de mariposas, paipáis de papel cuché y tatuaje en el mango, mango oscuro y amojamado, como una reliquia.