Cucos, las catedrales del campo

A.M.
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Los 500 refugios de ocupación temporal que se calcula se conservan en la provincia de Albacete, son el principal exponente de la arquitectura rural en piedra seca

Fueron los arquitectos del campo. No tuvieron estudios, ni siquiera carreras técnicas ni universitarias. Pero la sabiduría que heredaron de padres y abuelos les convirtieron en constructores inmortales. No tendrán calles ni plazas ni homenajes, pero sus diseños en piedra seca son -todavía hoy- testigos de sus hazañas. ¿Se imaginan levantar refugios encajando piedra a piedra sin utilizar material de sellamiento?

Pues así se edificaron los refugios de ocupación temporal que se construyeron a lo largo de los años en mitad del campo, generalmente en espacios muy alejados de los núcleos rurales, construcciones que adquieren diferentes nombres en función de su localización, de forma que un cuco puede ser un cubillo, un bombo o un chozo.

El caso es que todas estas denominaciones corresponden a la misma construcción: un refugio para hombres y animales que se levantaba en mitad del campo con el material que se amontonaba en las lindes: la piedra. Juan Ramírez es un gran experto, conocedor y defensor de la arquitectura rural en piedra seca de Castilla-La Mancha. Explica que cuando el campesino se enfrentó a la necesidad de limpiar su propiedad para mejorarla, «el arranque de la piedra, su acarreo y depósito en las lindes fueron las primeras tareas que abordó».

La costumbre de la población rural de reutilizar sus materiales de desecho dieron lugar a estas singulares construcciones: chozas levantadas exclusivamente con bloques de piedra y lascas, inmovilizadas por medio de cuñas: «Apenas se trabajaba la piedra, únicamente se utilizaba un mazo de hierro para retocarlas y para meter pequeñas piedras entre las losas, haciendo de cuñas», recogió Juan Ramírez de un campesino que se acercó a entrevistar.

Según este experto en cucos, lo más sorprendente de estos refugios son sus cerramientos, especialmente la cúpula. A partir de cierta altura y por medio de losas colocadas en las esquinas a modo de rudimentarias pechinas, «se transformaba en un perímetro poligonal de ocho lados sobre el que, de igual modo, se levantaba la cúpula». El modelo más frecuente de esta provincia es el denominado «falsa cúpula», entendiendo como tal el cerramiento de un espacio circular haciendo que el diámetro de las sucesivas hiladas sea cada vez menor, por lo que, gracias a su aproximación, se produce el cierre del conjunto.

El concienzudo estudio que realizó Juan Ramírez pone de manifiesto la complejidad que entrañaba la construcción de las puertas de estos refugios, cuya abertura se orientaba mayoritariamente al sur y se remataba con diferentes diseños: un dintel horizontal o un alzado.

Los usos de estos cucos o cubillos eran muy concretos: en realidad se trataban de habitaciones construidas en mitad del campo que servían para la estancia temporal de labriegos y ganado. Pesebres para animales, bancos corridos para rústicas camas e, incluso, restos de humo corroboran esta principal utilidad.

Se calcula, según los estudios de Juan Ramírez, que en la provincia de Albacete pueden permanecer en pie alrededor de 500 cucos y cubillos que cumplieron diferentes funciones.

En la llanura cerealista de Albacete, Pozohondo y La Roda, destaca el cuco Emilio de Argamasón y el cuco Anselmo de Pozuelo. Pero es en los viñedos de Villarrobledo donde se encuentra uno de los ejemplares más destacados de la provincia: el bombo conocido como Los Geminados, cuya silueta es fácilmente visible entre los campos de vid. Además, «su construcción está muy cuidada y su estado de conservación de excelente», apunta Ramírez. Pero no todos los cucos han servido exclusivamente de albergue provisional. Aún siendo los menos, hay otras construcciones de piedra seca como la de Villavaliente, un cuco de grandes dimensiones, más conocido hoy como aljibe pues se utilizó para dar de beber al ganado.

Es Minaya la localidad que Juan Ramírez califica como «museo al aire libre de piedra seca», pues en esta zona se pueden contemplar cientos de magníficos refugios, como el Tío Bartolo y Peñalver. También en Alatoz, Casas de Juan Núñez y Villavaliente existen numerosas muestras de esta arquitectura asociadas al cultivo del azafrán y del cereal. En su larga lista investigada, Juan Ramírez no se olvida de destacar el cuco Conde en Valdeganga, de dos plantas, una para agricultores y la otra para animales; el cuco Senén en Casas Ibáñez; y el cuco Gallinero en Balsa de Ves, de planta cuadrada, «llamado así por albergar las gallinas en la época de siega para alimentarlas en el rastrojo mientras duraba las tareas de la recolección».

También Alcaraz y su comarca ofrece al visitante una variada gama de refugios, fundamentalmente de pastor, mientras que en el corredor de Almansa se visualizan en el propio municipio, en Higueruela, en Hoya Gonzalo, Chinchilla y Pozo Lorente. «Otra ruta importante -añade- es la de Montealegre del Castillo, Albatana,Ontur y Hellín».

Para Juan Ramírez, lo peor de este patrimonio de arquitectura en piedra seca es que, una vez que los cucos perdieron su función, «su situación de abandono es preocupante», llegando a perderse el 30% de estas construcciones en los últimos 20 años.

Por este motivo, este experto en arquitectura popular viene reivindicando desde hace años la necesidad de declarar algún tipo de protección sobre los cucos para garantizar su conservación y ponerlos en valor creando itinerarios turísticos por comarcas.