Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


La última Dragontea

12/04/2023

Reconozco que mi admiración por Fernando Sánchez Dragó era menor ahora que hace unos años, ahora que cuando estudiaba periodismo y ahora que cuando, ya ejerciendo, era una de esas personas a las que buscabas siempre y con ahínco para hacerle una entrevista jugosa y apetecible. Sin embargo, Dragó era un hombre libre en una sociedad donde cada vez lo somos menos. Un hombre libre repleto de contradicciones y alguna que otra impostura de relieve, pero muy libre al fin y al cabo. Era inteligente, afable, cultísimo e inspirador, y tenía un ego descomunal y saturante, sí, una vanidad tan desatada que en el fondo le tenía que resultar algo torturante, pero vanidad que finalmente era enriquecedora para los demás, en un mundo, y especialmente en un país en sus últimos años, superpoblado de chisgarabís, incultos , estúpidos y al menos tan vanidosos como Dragó. 
Dragó era un hombre libre porque miraba la realidad sin prejuicios y se ponía el mundo por montera, era independiente pero no equidistante porque  tomaba partidos diversos incluso con vehemencia. Comenzó de comunista en aquellas revueltas estudiantiles de 1956 y ha terminado arrimado a Vox pasando por su respeto y amistad pública y publicada con algún grupo de falangistas 'auténticos' a los que, sin embargo, percibía demasiado de izquierdas para su gusto de últimamente. Y todo lo ponía en el foco mediático para estar, claro, en candelero. Era polémico y siempre estaba dispuesto a encender la chispa, pero su vida siempre se movía bajo el signo de las contradicciones: decía amar lo rural, el silencio y la meditación pero andaba siempre como loco por coger foco y estar en el foro capitalino; predicaba desprendimientos y desapegos de filosofías orientales pero tiraba más bien a tacaño y le gustaba ganar dinero más que a un bróker recién estrenado. Una contradicción en sí mismo. Amante de los animales, especialmente de los gatos (muy recomendable 'Soseki: Inmortal y tigre' escrito tras la muerte de su pequeño felino más emblemático) pero defendía con sesudas y hasta bellas teorizaciones las corridas de toros. Defensor a ultranza de la identidad más profunda de los pueblos y  del capitalismo con la libertad total de mercado, lo cual bien pensado no deja de tener también un punto de contradicción escandaloso. Pero era un hombre absolutamente libre y necesario en un país como el nuestro de rebaños amaestrados y dictaduras crecientes de lo políticamente correcto.
Algunas de sus opiniones me parecían nefastas como aquella diatriba contra la sanidad pública sin haber rechazado jamás los suculentos contratos de las televisiones igualmente públicas, pero escuchándole generalmente sacabas algo de provecho. Era un buen entrevistador (la mejor entrevista que he visto a Santiago Carillo se la hizo él poco antes de morir el dirigente comunista) y se dejaba entrevistar, aunque si de lo que se trataba era de compartir con él un rato de conversación resultaba muy complicado que cualquiera de los temas que se planteaban no terminaran desembocando en él mismo, todo se acababa reduciendo a hablar de él y de sus peripecias más o menos noveladas, lo cual resultaba finalmente cargante e incluso aburrido.  Por lo demás, escribía muy bien, con talento y agilidad, y tenía la gran virtud de hacer entendible un mundo profundo y rico en el que él se desenvolvía como pez en el agua.
Dragó era él mismo y su interés que en su caso generalmente resultaba enriquecedor para cualquier espíritu medianamente curioso e inquieto. Es una gran perdida para el país que se haya ido. Le vamos a echar de menos, le vamos a recordar y en algún que otro momento le añoraremos con sus puntos de vista incisivos, independientes, polémicos. Era un hombre que sonreía casi siempre y que se desvivió hasta el final por beberse la vida hasta el punto que nos parecía increíble la noticia de su muerte cuando la conocimos. Dos horas antes había subido a su cuenta Twitter un "Buenos Días" con su gato Nano. Luego un infarto fulminante y la última voluntad de ser enterrado en el mismo sitio donde murió: Castilfrío, en Soria, epicentro de la España Vaciada, Castilla profunda en la que se acomodaba a ratos nuestro protagonista, y también  lugar donde Fernando Sánchez Dragó nos brindaba, sin podérselo imaginar, su última Dragontea.  Que la tierra le sea leve.