Política al borde de un ataque de nervios

Pilar Cernuda
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Los partidos están inmersos en una complicada situación tras los últimos comicios que les va obligar a tomar decisiones cruciales tanto para ellos y sus dirigentes como para el futuro del país

Política al borde de un ataque de nervios

No puede estar más complicado el mundo político. Nunca se había vivido una situación como la actual, con una suma de circunstancias que obligan a tomar decisiones en las que se juega el futuro de partidos, de dirigentes y, sobre todo, de España. 

Nunca se habían convocado elecciones generales a las pocas horas de conocer los resultados de las autonómicas y municipales, nunca un presidente había recibido en las urnas un castigo tan demoledor aunque no era candidato. Nunca un grupo de partidos deben tomar una decisión sobre formar o no una coalición, con el agravante de que el más relevante de ellos se encuentra en situación agónica. Nunca antes ha habido que elaborar unas listas electorales al mismo tiempo que se negocian acuerdos para formar gobiernos regionales y municipales. La España política está hoy al borde del ataque de nervios.

 Más que ningún otro partido, el PSOE es el que más se resiente de la situación. La prueba de que en Moncloa y Ferraz no las tienen todas consigo es que han sacado a pasear al dóberman, atacando de forma tan desaforada al PP que su vídeo acusador ha tenido el efecto contrario del buscado. Ha provocado memes. Como si no hubiera motivos suficientemente sólidos como para desmontar al PP actual, han utilizado un lapsus lingüístico de su portavoz Borja Sémper y han recordado los famosos «hilillos» del Prestige y palabras de Aznar, Acebes y Bárcenas. Aunque el eje de la campaña socialista se va a centrar en acusar al PP de aliarse con la derecha extrema, como se ha demostrado cuando Sánchez, en lugar de hacer autocrítica, anunció el adelanto electoral con el foco puesto, para mal, en el partido de Feijóo.

No debe estar tranquilo el sanchismo, según lo visto los tres últimos días. El presidente, en el momento de escribir estas líneas, aún no ha anunciado su candidatura, lo que ha dado alas a quienes aseguran que se está buscando un cargo internacional para no tener que presentarse y enfrentarse a un nuevo fracaso. Dos centenares largos de ex altos cargos del PSOE -el auténtico, no el sanchista- se han reunido para expresar su posición contraria a un Pedro Sánchez que ha gobernado saltándose todo aquello que los socialistas consideraban y siguen considerando abominable, con mención especial a los pactos con Podemos y Bildu, o los cambios del código penal para eliminar los delitos por los que habían sido condenados los independentistas catalanes.

Díaz contra Montero

En estos tres días Podemos no disimula su estado de inquietud, de indignación, porque Yolanda Díaz, que ha inscrito a su conglomerado Sumar en el Ministerio de Interior, no acepta que Irene Montero sea número dos de la lista de Madrid. Ni tampoco la tres, ni la cuatro. Pretende enviarla a alguna provincia, porque dice que no hay hueco para ella en un puesto de salida en la capital. Y, de paso, ha advertido que en las listas de Sumar no quiere a la gente de su equipo del Ministerio, ni a Isa Serra ni la famosa Pam

Por otro lado, Alberto Garzón ha anunciado que no se presenta a estas elecciones porque hay que renovar caras y que hará campaña para Sumar. Díaz ha aprovechado para preguntar públicamente a Montero y a Belarra si no se plantean seguir la misma línea del dirigente de Izquierda Unida y compañero de Gobierno de las dos.

Por otro lado, Ciudadanos desaparece del mapa nacional, no presentará candidaturas el 23 de julio y Arrimadas anuncia que deja la política. Adrián Vázquez, eurodiputado y actual secretario general de Cs aunque nadie le conoce, pretende que Cs se presente a las elecciones europeas, eso sí. Busca mantenerse en la Eurocámara aunque su partido no es que se desangre, sino que se puede dar por inexistente. Y Macarena Olona ha decidido participar en las generales en algunas provincias echando el lazo a personas de las filas naranjas que se han quedado sin partido.

Vox, omnipresente

Y vamos al lío, como diría Roberto Leal. El lío es Vox, que tuvo un buen resultado el pasado domingo pero se encuentra tan crecido, va tan sobrado, que anda ya presumiendo de que Santiago Abascal va a ser el próximo vicepresidente con Alberto Núñez Feijóo.

Hasta ahora no ha habido más que una conversación telefónica entre Feijóo y Abascal, que se conocen desde hace años pues Abascal fue militante destacado del PP antes de formar parte de Vox. Quedaron en hablar. Punto. Nada más. Vox ha anunciado que las negociaciones las llevará fundamentalmente Kiko Méndez-Monasterio, que no es precisamente la persona más adecuada para llevar ningún tipo de negociación, por razones que conocen los muchos miembros de Vox que están al tanto del grado superlativo de su influencia, como también lo están los miembros del PP.

No hay día que Vox no exija formar parte de los gobiernos del PP a los que prestaría su apoyo, ni día en el que el PP muestre su cautela. El más claro ha sido el propio Feijóo, que ha hecho unas declaraciones en las que pregunta a Vox si quiere derogar el sanchismo o quiere cargos y cuotas de poder. 

Hay nervios entre los de Abascal por esas declaraciones, pero también en el propio PP. La candidata de Extremadura, María Guardiola, que con el voto de Vox estaría en condiciones de hacerse con la Presidencia del Gobierno regional, se resiste a desaprovechar esa oportunidad. Se ha convertido en la voz más exigente para que se negocie con Vox como sea.

Pero la dirección del PP analiza la situación con la máxima prudencia. Lo prioritario es afrontar las cosas según el calendario electoral. Lo primero que se decidirá son los ayuntamientos, que son las negociaciones más fáciles porque, por ley, si en la primera votación no hay acuerdo para alcanzar una mayoría, en la segunda vuelta accederá a la alcaldía el cabeza de la lista más votada. Después se decidirá sobre los gobiernos regionales, y la posición del PP es clara: se verá caso por caso. Si se está en condiciones de dirigir un gobierno relevante que estaba en manos del PSOE, y para ello Vox pide una o dos consejerías que no sean especialmente influyentes, se pueden alcanzar acuerdos. Y, a continuación, habrá que hablar del Gobierno de España. 

En el caso de que ese gobierno esté al alcance del PP con la ayuda de Vox, y se convierta en presidente a Núñez Feijóo, se intentaría el pacto. Por escrito, pero con líneas generales que no obligaran a acordar asuntos en el que las diferencias programáticas entre PP y Vox son abismales. Sobre todo en el campo de los derechos sociales.

Habrá negociaciones, y se da por hecho que Vox presentará exigencias que el PP no puede admitir. En ese escenario, se apostaría por actuar con inteligencia y con tiento, utilizando cartas que Vox sabe que le van a poner sobre la mesa: la más importante, que si no apoyan el gobierno del PP aparecerán ante sus militantes, simpatizantes y votantes, como un partido que prefirió la continuidad de un Gabinete de Sánchez con la extrema izquierda antes que facilitar el mando a los populares. Eso costó la carrera política a Albert Rivera, no se olvida. Dos, no es aventurado afirmar que si los negociadores de Vox exigen lo que saben que en ningún caso el PP les puede conceder, es probable que Feijóo y Abascal resuelvan la situación personalmente. 

Abascal es más dialogante que algunas de las figuras de su partido, conoce bien la política y sabe que un acuerdo, aunque no contemple la totalidad de los objetivos iniciales, es mejor que quedarse fuera de juego.

Todo esto, en cualquier caso, se verá después del 23-J. Porque Feijóo quiere impedir que el PSOE centre su campaña en acusar al PP de llegar a acuerdos con Vox y, segundo, porque sería imprudente negociar nada mientras no se conozcan los resultados de las generales. Quién gana y por cuánto, quién queda segundo y por cuánto, y cuál es el resultado de Vox y de Sumar. Solo con esos datos se puede empezar a negociar el Gobierno de España y, también, algunos de los regionales.

Hasta entonces, la clase política, y por extensión todos los españoles, estaremos al borde del ataque de nervios.