Con el respaldo de sus barones, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, pretende persistir en la moderación y la apuesta por el centro para vencer en 2023 al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y alcanzar la Moncloa en las elecciones generales.
En la dirección nacional reconocen que el partido conservador no se está beneficiando de las múltiples polémicas que rodean al Ejecutivo de coalición y ni tampoco del tono inflamatorio de Vox, que intenta atraer el voto de castigo en cada debate político.
Sin embargo, a un año de la cita en las urnas, en Génova no lo consideran un problema y tampoco un indicativo de que haya que corregir el rumbo marcado por la cúpula de la formación.
Y es que, aunque Feijóo y sus portavoces han empleado un tono duro para censurar la reforma del Código Penal o las rebajas de penas por la ley del solo sí es sí, la lectura en el PP es que será la economía la que marque el resultado electoral.
Los populares defienden en todo caso que su líder debe denunciar las cesiones de Sánchez al independentismo y el deterioro institucional, que ven de extrema gravedad, sin que esta lucha quede en manos de sus adversarios. Además, apuntan a que la «ceremonia de la confusión» desplegada por el jefe del Ejecutivo impide marcar la agenda.
Pero esta etapa quedará superada pronto a juicio del PP, que acusa a los socialistas de concentrar todos los «pagos» a ERC y EH Bildu a finales de este año, coincidiendo con el arranque de la Navidad, para llegar limpio al año electoral.
Aunque consideran certera la estrategia del Gobierno, el PP espera que sea fallida porque con 2023 llegará también la cuesta de enero y serán los precios los que copen la discusión. Es ahí, en la economía, donde más cómodos se sienten los populares, que ven en las clases medias un caladero poco atendido por el Gobierno.
Rotas las relaciones con el PSOE, el tono y los mensajes de Feijóo tienen además respaldo de sus barones, incluida la madrileña Isabel Díaz Ayuso, que cree que al líder de la oposición le toca el «lado incómodo» de denunciar con «serenidad y firmeza» las prebendas al secesionismo o la menor libertad y prosperidad pese a la «maquinaria gubernamental en su contra».
También Feijóo ve una campaña para desacreditarle y reprocha la «técnica» de atacarle con el argumento de que «la política nacional le queda grande» y está por ello incómodo en Madrid o que como presidente autonómico «era muy sensato incluso moderado» pero en la capital «es un extremista y un insolvente».
Sus barones le llaman a resistir y el propio gallego se compromete a hacerlo.
Socialistas desencantados
El líder popular está convencido de que en los comicios generales se impondrá un «voto muy pragmático» y serán los fieles al PSOE de mano de los del PP quienes le sentarán en la Moncloa. A ese apoyo útil, ejemplificado en Andalucía, se agarran también en Génova para negar que Vox obstaculice su meta última de gobernar y, además, hacerlo en solitario y con mayoría.
Entre tanto, el PP asiste a las tensiones en la izquierda, donde está en el aire el encaje entre el Sumar de Yolanda Díaz y el Unidas Podemos de Irene Montero, y presencia como Ciudadanos se asoma a su ruptura. Ambas circunstancias le benefician.
Sin acuerdo en la izquierda se aleja la reedición de un Gobierno y con Cs aún más débil se reducen sus apoyos, que según los sondeos son ya extraparlamentarios; votos perdidos que serán determinantes.
En este contexto, y tras la crisis sin precedentes que le llevó a Génova, Feijóo presume de unidad del PP, fruto de un juego de equilibrios que da autonomía a los barones y bendice la disparidad de acentos.
A ello se suma, la nueva imagen que estrena estos días y que deja completamente atrás la era de Pablo Casado. El PP abandona la marca de Populares que impulsó la anterior dirección y recupera un lema más clásico, en el que las siglas del Partido Popular vuelvan a ser totalmente reconocibles.