Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Ante la traca final

17/05/2023

Llevo ya diciendo algún tiempo, quizá con un error de apreciación en el cálculo, que nos encontramos en la traca final antes de los comicios de mayo. Ahora ya sí es inequívoco y no yerro: la hora de las urnas se aproxima y las incertidumbres se agudizan. Castilla- La Mancha es un territorio incierto que se debate entre la repetición de la mayoría absoluta de Emiliano García-Page y un pacto ganador de Paco Núñez con Vox. Dos posibilidades que se jugarán estos días a cara de perro. No hay más. En unos días, tras el debate electoral y los primeros compases de la campaña, podremos escribir algo más claro al respecto. En el resto de España, la incertidumbre se apodera de territorios clave como Valencia y casi lo único que se da por seguro es la victoria de Isabel Díaz Ayuso en Madrid. En los corrillos internos de la izquierda madrileña saben que solamente aspiran al premio de consolación de privar al ayusismo  de la mayoría absoluta.
Pero el triunfo de Ayuso es la plasmación más clara del tiempo político en que vivimos con el llamado «sanchismo» como agente divisorio y la presidenta de Madrid como polo de atracción claro del «antisanchismo». Sánchez y Ayuso son los dos iconos de la polarización reinante. Así es complicado centrarse en que lo que vamos a elegir el último domingo de mayo es a los gestores de lo municipal y lo autonómico.  El relato de la polarización extrema ha calado en la sociedad española en parte por su eficacia emocional en un país como el nuestro y en parte por la falta de credibilidad del presiente del Gobierno que transita sin descanso por el territorio de las medias verdades, las apariencias confusas y un pertinaz «donde dije digo Diego». Lo último ha sido la pirueta de Bildu que difícilmente debería quedar finiquitado con la renuncia de los candidatos que fueron terroristas.
De manera que llegamos a una elecciones municipales y autonómicas en las que en la mente de una mayoría no estará la labor de su alcalde y la marcha de su región si no el echar a Sánchez o apuntalarle, lo que supone un paso más en la desnaturalización y descomposición de nuestras instituciones y lo que debe representar cada una de ellas. Me limito, en este caso, a constatar un hecho demostrable y cuantificable, no a buscar culpables.  Porque es cierto que siempre ha existido una lectura en clave nacional de los comicios locales o regionales, y que lo que ocurre en lugares tan emblemáticos como la capital de España o Barcelona suele ser indicativo de los movimientos políticos de fondo a nivel nacional, pero el extremo de desenfoque  en el que estamos es totalmente fuera de lo común.
Las elecciones del próximo veintiocho de mayo serán el primer round de las elecciones generales que se celebrarán en diciembre. Tenemos por delante unos meses de alto voltaje político que solamente nos darán ya un respiro en las semanas más vacacionales del estío. Lo demás será política de alta intensidad y de baja calidad, una política que los principales protagonistas que canalizan la polarización han decidido que transcurra por los  extremos y no repartiendo juego en algún territorio más compartido. Esa es la dinámica imparable en la que estamos. O gobierna el PSOE con el socorro de su ala izquierda, ahora en proceso de transmutar del morado al yolandismo, y, por otra parte, los grupos independentistas, o gobierna el PP con el socorro de Vox. Estas son a día de hoy las alternativas políticas de nuestro país. Hemos pasado del bipartidismo imperfecto al multipartidismo previsible, España se juega su vida política entre dos bloques que, salvando las distancias, hacen recordar a las dos Españas que nos brindaron los peores y más negros momentos de nuestra historia moderna. En eso parece que va quedando todo el proceso de cambio y transición que se inició en torno a 2015 con la renuncia del Juan Carlos I y el inicio del reinado de Felipe VI. En esa oleada, provocada por la crisis institucional y los rebufos de la gran crisis económica del inicio de la década pasada, surgieron los actores de la llamada nueva política que finalmente se están desgastando por su ineficacia y su falta absoluta de ambición, convertidos todos en meras muletas de lo ya existente, en la primera fase de su corta vida, para terminar desapareciendo, después, engullidos por los viejos armatostes de la política que dijeron venir a regenerar y empujados en las urnas por la decepción de los ciudadanos, decepción solamente comparable al entusiasmo que despertaron.