Después de casi seis años, el pasado martes el obispo de la Diócesis de Albacete, Ángel Fernández Collado, dejaba su cargo después de que el Papa Francisco aceptara su renuncia por motivos de salud. En los últimos meses, don Ángel estuvo delicado por una intervención ocular y esto, unido a otras dolencias que padece, precipitó la marcha del prelado, que pronto se retirará a la Casa Sacerdotal de Toledo, su tierra natal. La obra de Ángel Fernández en Albacete se traduce en la puesta en orden de una Diócesis joven. Puso orden y concierto en muchas facetas de la Iglesia albacetense y eso lo agradecen tanto sacerdotes y religiosos como fieles. Trabajador abnegado junto a su inseparable secretario José Miguel Fernández, pasa a ser obispo emérito de Albacete. Llegó a esta tierra el 25 de septiembre de 2018 procedente de Toledo, donde desarrolló toda su vida, y pronto su personalidad y buen hacer caló entre los albacetenses. La enfermedad no le dejó acometer importantes proyectos que tenía para la Diócesis, pero su legado permanecerá aquí, a pesar de haber estado pocos años entre nosotros.
Ahora se abre un período de transición en el que dirigirá los destinos de la Diócesis el que hasta hace unos días era el vicario general, Julián Ros, quien fue designado administrador diocesano hasta el Papa Francisco designe a un nuevo obispo para Albacete. La sede está vacante. Julián Ros es de sobra conocido por todos y su valía está fuera de toda duda, así que hará un buen papel con el timón de la Diócesis en sus manos, ya sea para unos meses o algo más de tiempo. Todo apunta a que no habrá nuevo obispo hasta ya pasada la Feria.