Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


El guante

27/05/2023

Observo a un joven en la calle Ancha. Desde el ventanal del Casino Primitivo todo parece como un largo paseo. Me doy tiempo. He mirado con suficiencia al joven -me digo- y es reprobación no atender al plural de los paseantes. Vuelvo al joven -y es un modo de volverse a uno mismo- y hay algo -para mí ya muy gastado- que me llega a lo más íntimo. Es un hombre delgado al que parece haberle caído todo a un tiempo y a una vez. Su tez es pálida y el cabello quiere como alejarse de unas décimas de fiebre -bien mirado creo que todo en esta vida es diezmo por cobardía o amotinamiento vital. Un sorbo más de café. El joven no toma asiento, está como plantado y solo -creo que se siente más solo que nunca; y que desea llevar más allá si cabe la soledad- y he vuelto a notar aquel sarpullido que ya viví en un momento muy lejano, capitulares de otra vida (no se vive una vida sola) y que lastimaban -como hoy lastiman al joven de la calle Ancha. Sé de seguro que la presencia del joven, su modo y manera de estar allí, en el momento preciso, es la presencia plural de toda la gente que pasea la calle, y que en su bonancible fiebre es fácil adivinar la conversación crecida de dos amigos o la añoranza vital de una señora mayor que se arregla para el paseo -como un deber- o la grita de los más pequeños que empiezan a ver lo que ya vimos nosotros de muy largo. Quizá -y por ello- no dejo de mirarle. Podría dejar la mesa del Primitivo -su ventanal- y salir a su encuentro  -al fin yo ya viví lo que le pasa y podría decirle algo- pero es una mala idea (qué autoridad tiene uno para interferir el espacio privado del otro; qué fuero o privilegio es haberlo experimentado antes, cuando uno era como el joven -que sigue plantado)- y en el encuentro hablarle de la duquesa de Langeais y del acontecer de los corazones. Y quizá le diría que «para el corazón no hay acontecimientos pequeños: todo lo engrandece y pone en las mismas balanzas la caída de un imperio  y la caída de un guante femenino, y casi siempre el guante pesa más que el imperio». Yo sé lo que le pasa al joven -a nosotros nos pesó también mucho en su tiempo- y sé que no querrá remedio alguno, que me verá como estorbo. Y en su gótica quietud sé que soporta el peso de una prenda.