Antonio García

Antonio García


El cartel

05/02/2024

La polémica sobre un cartel de Semana Santa viene a confirmar dos síntomas: que hemos tocado fondo en lo noticiable y que el cristianismo anda algo desorientado sobre el mensaje de su cabeza más ilustre. Hay noticias más importantes que esa, pero partidarios y detractores han arrimado su ascua para que prenda la llama ideológica; ni siquiera sé qué hago yo, hombre sin fe, escribiendo de estas cosas. El cartel proyecta una imagen luminosa del Cristo, algo mal visto por los inquisidores que prefieren la versión gore, barroca y procesional. De todos los episodios biográficos de Cristo, los acólitos se han recreado en la pasión, con su lanzada, la corona de espinas, el terrible rictus, el madero a cuestas, y un mensaje optimista parece que les contradiga sus apetencias morbosas. El Cristo del cartel, dicen, es demasiado guapetón y sensual, olvidando que la propaganda tiene como misión embellecer el producto; las producciones cinematográficas también apostaron por un redentor sexy, incluso cantarín -Ted Neeley, Robert Powell-, logrando con ello más conversiones que las homilías parroquiales. Es disculpable que los seguidores de una religión que ha optado por el miedo y los castigos para el adoctrinamiento se muestren reacios a una iconografía despojada de sangre y de dolor, aunque habría que recordarles que en la doctrina originaria tampoco faltaron componentes lúdicos y alegres, y así lo entendieron algunos santos, los dos Franciscos (de Asís y de Sales) y san Felipe Neri, quien abofeteaba a los discípulos que veía tristes, para que se alegraran. Dicho todo lo cual, tienen razón los que califican de horrible el cartel de la discordia; lo es, por razones exclusivamente estéticas.