El relevo generacional en negocios tradicionales de carácter singular se ha convertido en todo un desafío para este tipo de establecimientos, que se están viendo cercados por los cambios de tendencia en el consumo y la proliferación de grandes marcas fruto de una globalización que ha transformado las ciudades. Aunque una gran cantidad de estos locales está cerrando, aún quedan algunos que mantienen con gran esfuerzo sus puertas abiertas en lo que denominan una lucha por preservar la memoria de lo que antes fueron.
Según un estudio del profesor de la Universidad de Sevilla Jaime Jover, entre 2005 y 2017 se produjo un crecimiento del 89 por ciento en el número de establecimientos de grandes firmas en el centro de la capital hispalense, mientras que el de locales tradicionales «se redujo».
En un mundo en el que los empleos relacionados con la salud y la tecnología son, tal y como aporta un estudio de la OCDE, los que más demanda tienen, la presencia de jóvenes en negocios con una tradición muy arraigada a su singularidad se torna en un auténtico rara avis. A pesar de ello, aún hay quienes sobreviven a esta globalización de los cascos históricos gracias al fuerte arraigo familiar, a la respuesta de los clientes y a la irremediable adaptación a los nuevos tiempos.
En el caso de Casa Moreno, una pequeña tienda de ultramarinos, la importancia del negocio en la familia ha sido un factor fundamental para que siga abierto, no sin antes amagar con el cierre definitivo.
Francisco Moreno, hijo del primitivo propietario del local, se jubiló en agosto de 2022 tras permanecer desde los 11 años tras el mostrador, decidido a dar por finalizada la vida de un establecimiento con más de 70 años de historia. Pero el empuje de los clientes habituales, fieles a su cita entre chacinas y latas de conservas, y la iniciativa de su esposa y uno de sus hijos ha permitido que Casa Moreno siga siendo un templo gastronómico.
Carmen Portillo es la nueva cabeza visible de este negocio histórico junto a su hijo, Francisco Moreno, quien, a pesar de que mantiene su trabajo como periodista, sigue con ilusión la tradición familiar durante las tardes, convirtiéndose en la tercera generación que entra a formar parte de ella.
«Era una pena cerrar porque mi padre ha luchado mucho por esto», confiesa Francisco. Por su parte, Carmen, Carmela para los clientes, reconoce que la clave para que se produzca este relevo generacional es que se haga «muy suavito». «Mi marido se ha jubilado y he seguido yo con mis hijos, pero poco a poco», señala.
En la Antigua Casa Rodríguez es la quinta generación la que comanda actualmente una tienda que surte de productos relacionados con la Semana Santa desde que, en 1816, Rafael Rodríguez abriera las puertas del que algunos historiadores consideran el segundo comercio más antiguo de Sevilla.
María del Río, la actual propietaria, asumió el liderazgo cuando su tía falleció, no sin antes aprender desde su infancia el oficio que también ha querido transmitir a su descendencia. «Yo esto lo había visto desde pequeña», apunta la encargada, que admite que «el tema» le «encanta» desde pequeña y que no le costó trabajo adaptarse a su funcionamiento.
A María le seguirá su hijo, que, a pesar de trabajar en otro sector, «tiene su propia clientela» porque «desde pequeño ha estado aquí» y que tiene tanto el deseo como la formación para convertirse en la sexta generación al frente de la Antigua Casa Rodríguez.
Pero la sucesión natural no siempre se logra producir de forma satisfactoria, provocando un irremediable cierre que en ocasiones se torna dramático para los propietarios. La falta de este relevo, clave para la supervivencia, ha terminado con algunos negocios hace años imprescindibles en la vida de muchos ciudadanos para dar paso a franquicias y grandes marcas, que son las que ocupan ahora mayoritariamente los locales comerciales de los cascos históricos.