Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


Importa no decir tonterías, no en qué idioma se digan

05/08/2023

Válgame Dios y la que se ha montado a cuenta de una propuesta, sin detallar ni profundizar demasiado, de la vicepresidenta Yolanda Díaz en el sentido de permitir el uso de lenguas cooficiales también en el Congreso, como se hace ya en el Senado. He escuchado descalificaciones muy gordas, que hablan desde 'ruptura de la lengua que compartimos' hasta de 'agravio al poder parlamentario'. No me parece para tanto escándalo la cosa, la verdad, aunque ahora la iniciativa sea perfectamente innecesaria y aplazable. A menos, claro, que los 'diktats' de Puigdemont para asegurar la investidura de Pedro Sánchez, y por tanto también la vicepresidencia de Díaz, hayan comenzado por esta exigencia. En todo caso, es una idea a estudiar sin prisas y sin pausa, como las estrellas, que decía Goethe. Más importante me parece tratar de no decir tantas tonterías en la Cámara Baja, no en qué idioma se digan.
Porque la verdad es que, Legislatura tras Legislatura, asistimos al declive de la vida parlamentaria. Las sesiones de control al Gobierno en Congreso y Senado, en las que el Ejecutivo de turno se empecina en responder con manzanas e insultos al otro lado cuando se le pregunta por peras, son la antítesis del buen parlamentarismo. Y algunos episodios acontecidos en los pasados meses, desde cómo se logró 'pasar' la reforma del Código Penal en materias sustanciales, hasta las renovaciones del Tribunal Constitucional, pasando por debates inveraces sobre el 'sí es sí' o sobre la reforma laboral, han sido de vergüenza ajena. O sea, propia, porque el Parlamento nos representa a todos, aunque sea, gracias a la normativa electoral, una representación bastante imperfecta.
A mí, la polémica por el empleo de las lenguas cooficiales me parece un 'trompe l'oeil', un trampantojo, que nos distrae de la verdadera calidad del cuadro a base de atraernos por los efectos engañosos de la pintura. Pues claro que la próxima Mesa del Congreso, que ya se está negociando con la opacidad con la que habitualmente se hacen estas cosas en España, ha de impulsar una reforma a fondo del Reglamento de la Cámara. Pero lo del uso de lenguas cooficiales en los debates es casi secundario, con perdón de los nacionalismos catalanes, vasco y ¿gallego?. Lo fundamental es darle agilidad y, sobre todo, veracidad, a una vida parlamentaria lastrada por los acuerdos egoístas y secretos, la falta de 'grandeur' patriótica, el exceso de reales decretos y el defecto de ideas innovadoras. Y todo ello, encima, con malas formas y desprecio a los informadores que por allí pululan.
Me importa menos saber quién va a presidir la Cámara Baja, la persona que se convertirá en la tercera autoridad del Estado --a ver quién se hace con el 'puestazo', que ya anda en almoneda--, que el hecho de que se haga una pública renuncia a seguir con esta política de confrontación absoluta, irracional, que envilece nuestras Cortes. De acuerdo, tráiganse iniciativas frescas, amplíese el número de lenguas a hablar, créense cabinas de traductores; pero, por favor, que las lenguas no sean siempre viperinas ni los traductores respondan a la maldición italiana 'traduttore, traditore', que viene a querer decir que quien traduce, al final, introduce su propia opinión sobre lo traducido.
España ahora mismo tiene un Ejecutivo en funciones en el que varios de sus miembros ni se miran; un Judicial hecho jirones, a punto de que se cumplan cinco años desde que caducó su mandato. Quizá la regeneración política que necesitamos haya de comenzar por el Legislativo, arquitrabe de cualquier democracia sana. Quedan ya pocos días para que comencemos a comprobar si existe una voluntad generalizada en este sentido, o si, como temo, va a ser lo mismo de siempre.