Escario, el maestro que conquistó Valencia

MAITE MARTÍNEZ BLANCO
-

Una monografía recopila las obras más significativas del arquitecto albacetense Antonio Escario, que en la ciudad firma edificios tan singulares como los Filipenses, el Museo del Parque o el hospital de Las Tiesas

Quería ser piloto, como su padre, pero un defecto ocular se lo impidió. Y Antonio Escario (Albacete, 1935) se hizo arquitecto. Aún no sabe muy bien porqué. Suyos son edificios como el oratorio de San Felipe Neri, el Museo Arqueológico o el hospital psiquiátrico de Las Tiesas en Albacete; la conocida Pagoda en Valencia o el Gran Hotel Bali en Benidorm.

Su prolífica obra, -confiesa que no lleva la cuenta de los proyectos que ha firmado-, se repasa ahora en una monografía realizada por el arquitecto y catedrático del CEU, Javier Domínguez, que compendia sus más de 50 años de oficio. Medio siglo que ha dado para mucho, tanto que en 2013 sus colegas valencianos lo declararon Mestre Valencià D’Arquitectura, máxima distinción a su trayectoria profesional, un galardón excepcional pues no se concede cada año. La arquitectura de Antonio Escario, libro coeditado por los Colegios de Arquitectos de Albacete y Valencia, se presentó esta semana con una visita del arquitecto a algunos de sus edificios.

Antonio Escario se crió en Albacete y aquí se estrenó como arquitecto tras formarse en la Escuela de Madrid. Con sólo 28 años se estrenó proyectando el templo para el Oratorio de San Felipe Neri (1968), conocido entre los albacetenses como Los Filipenses, preludio de su «precoz madurez», escribe el autor del libro, que añade «consagrando una personal arquitectura de mestizaje en la que conviven las tradiciones constructivas de los vetustos alarifes castellanos con los ingeniosos ímpetus del levante». Escario diseñó el mobiliario y hasta piezas litúrgicas de este oratorio que, 50 años después de su construcción, es considerado como uno de los ejemplos de la arquitectura española del siglo XX. Tanto es así, que ha estado presente en el pabellón de España de la Bienal de Arquitectura de Venecia 2014 que se clausuró el mes pasado.

Escario ha sembrado Valencia con su arquitectura. Pero también su Albacete natal, donde vivió hasta 1980. «El Albacete que yo conocí, donde vivía, era una ciudad sin pretensiones», dice el arquitecto, que valora el edificio donde se crió, una casa promovida en parte por su abuelo en el número 13 de Marqués de Molins. Su legado albaceteño se lo debe, en gran parte, al impulso del que fuera presidente de la Diputación, Antonio Gómez Picazo. «La sintonía entre el influyente político y el arquitecto favorece enormemente la gestión», relata Domínguez, y es en esta época cuando Escario lleva a cabo el Hospital (1969), el Museo Arqueológico (1973) y un año antes el Hospital de Las Tiesas, el último psiquiátrico que se construye en España, justo antes de la reforma que aboliría este tipo de tratamientos.

Eso no quita para que el edificio, hoy dedicado a rehabilitación de drogodependientes, siga teniendo toda su validez. «La impecable arquitectura orgánica de Las Tiesas -opina el catedrático- sobrecoge por su asepsia y autenticidad. El programa se resuelve con una rigurosa racionalidad articulando los diferentes pabellones entorno a grandes patios ajardinados, en los que resuenan sin estridencias ecos vernáculos».

alianza con vidal y vives. Su aterrizaje en Valencia se debe a su amistad fraguada en la Escuela de Madrid con los arquitectos valencianos José Antonio Vidal Beneyto y José Vives Ferrero. Su primer encargo fue un chalé entre naranjos para un empresario valenciano, a partir de ahí se hicieron inseparables hasta el prematuro fallecimiento de Vives (1989).

Juntos formaron el estudio EVV. «Escario es el poeta creativo, Vidal el negociador perspicaz, el catalizador de las ideas del grupo y Vives el organizador incansable», describe el autor del libro. Su producción fue importante, entre otros proyectos firmaron la Torre Ripalda, conocida como La Pagoda entre los valencianos, un residencial de pisos de lujo construida con fachada de ladrillo.

«La arquitectura de Escario -resalta Javier Domínguez- se caracteriza por su gran rigor constructivo y por usar muy bien la capacidad plástica de los materiales; usa también materiales tradicionales, como el ladrillo que es constante en su obra, siguiendo la tradición holandesa y de la Escuela de Madrid, pero lo hace con un gran refinamiento formal y gran maestría».

En Valencia, añade el autor del libro, es muy conocido por los edificios de viviendas que proyectó, «revalorizó la vivienda, cuidando mucho espacios íntimos de la vida cotidiana y haciendo compatible lo contemporáneo con lo vernáculo», describe el catedrático, que destaca el uso por Escario de las maderas, las piedras naturales y materiales vistos como el hormigón o el ladrillo, también la piedra seca.

No obstante, confiesa Escario que en la ciudad del Turia siente especial vinculación con dos edificios que no son suyos, pero en los que ha trabajado para su rehabilitación. Son el centro cultural La Nau, un edificio del siglo XIV, y la antigua facultad de Ciencias rehabilitada como Rectorado de la Universidad de Valencia.

el rascacielos. Y de la rehabilitación de antiguos edificios, a la construcción de rascacielos. El Gran Hotel Bali, con sus 52 plantas y más de 180 metros de altura, es el «sueño vertical» que Escario hizo realidad en Benidorm. Sigue siendo el edificio más alto de la meca del turismo de masas y llegó a ser el techo de España, hoy ya desbancado por el Edificio España de Madrid. «Asombra por la sencillez de su concepción estructural», describe Domínguez. Su sólido armazón de hormigón es el edificio en sí, pues carece de elemento alguno que revista su fachada, «busqué un método de construcción que fuese el que le diera la imagen, esa es su ventaja, es un edificio en altura, pero humilde».

Escario no sólo demostró su valía trabajando. También tuvo una faceta docente, como profesor de la Escuela de Valencia. «Gran dibujante, de fácil y elegante lápiz, con enorme capacidad inventiva, notable pericia disciplinar, discurso claro y directo, mirada intensa y dotado de una fina sensibilidad, es visto con admiración por sus discípulos que le reconocen como un arquitecto-artista completo», escribe Domínguez, al referirse a su faceta docente, en la que tuvo como alumnos a Santiago Calatrava.