El Colegio de Abogados de Madrid homenajeará a Josefa García

E.Martínez Espada
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Fallecida hace poco, fue ejemplar pese a las discapacidades físicas con las que nació

El Colegio de Abogados de Madrid homenajeará a Josefa García

«Una figura emblemática en el mundo de la abogacía». Esta y otras múltiples loas se recogen en la nota oficial que el Colegio de Abogados de Madrid publicó hace tres semanas con motivo del fallecimiento de Josefa García Lorente, la popular, conocida y reconocidísima Pepa, cuyos restos descansan en su pueblo natal de Paterna del Madera. «Su legado perdurará en las numerosas vidas que tocó y en la comunidad legal que hoy se siente orgullosa y la lucha por la inclusión social», rezaba asimismo el comunicado de este colectivo que prepara un gran acto de homenaje a nivel nacional. Unos elogios que se quedan cortos, no sólo en lo profesional, sino en lo personal por su indescriptible carga humanitaria, que es lo que quiere destacar su particular ángel de la guarda laico, su hermana Engracia, siempre ocupada u preocupada por su Pepa. A la que le aplica el calificativo machadiano de la bondad en el mejor sentido de la palabra, cual declara emocionada a La Tribuna. 

Es fácil imaginarse los problemas de todo tipo que sufriría cualquier persona en los plúmbeos años 50 durante su infancia una persona que, como es el caso de nuestro personaje, naciera sin movilidad en manos y pies, a pesar del mimo y cariños de sus humildes padres y hermana. Prácticamente sin escolarizar, por esa tremebunda discapacidad doble, pero con un gran sentido de la justicia, como un incidente que presenció de amenazas de mal trato por parte de la Guardia Civil a un vecino indefenso, que con diez años la llevó a postrarse en la puerta del cuartel de Paterna para protestar y exigir que no volviese a ocurrir.

Como tantas veces confesó, le salió «la abogada en defensa de los débiles que ya llevaba dentro». Muchos años tendría que esperar para alcanzar el ejercicio profesional, y fue merced a Engracia, que había sacado la carrera de maestra en la antigua Escuela Normal de Albacete y se había marchado a Madrid para ampliar estudios en Ciencias de la Educación, que se pagaba trabajando. Para ella no escatimaba elogios Pepa, ya que en una entrevista para este periódico la calificaba como «excepcional, generosa, altruista, emprendedora y muy alegre». Agregando que su hermana había conseguido con su esfuerzo personal que ella hubiera logrado también «la autonomía profesional y personal».

De tal modo, tras superar todas las pruebas para entrar en la Universidad Complutense, Josefa se matriculó en el grupo de mayores de 25 años. Allí, con una inteligencia enorme, sí, pero con el especialísimo añadido de un esfuerzo tremendo que deja en nada a los míticos Siete trabajos de Hércules, obtiene con excelentes notas la licenciatura en Derecho, unos estudios que obligan a leer y memorizar miles de páginas con legislaciones de todo tipo. Sobre todo si -pásmese, querido lector- la de Paterna del Madera, por sus dificultades en las manos ¡pasaba las hojas con la lengua y la boca! 

Es cierto que después mejoró algo la movilidad de la extremidades, pero, aun así, sólo para escribir con dificultad y firmar. Una razón que como es lógico también le marcó para ejercer en despachos ajenos, por lo que su particular ángel de la guarda le comentó «monta en solitario uno propio sola, aunque nos entrampemos», como recuerda ahora de nuevo emocionada Engracia. Precisando que para algunas tareas contaba con colegas que poco a poco fue contratando y que con la admiración profesional y personal que sentían consideraban un lujo trabajar para la albacetense. 

Incluso esa discapacidad le sirvió, de manera indirecta, para sacar una vena artística que ella misma desconocía, ya que empezó a dibujar y pintar con la boca unos cuadros de gran calidad con los que decoraba alguna de las paredes de su despacho. Un despacho en el que, sin dejar al lado cualquiera de los temas generales que llevaba, fue santo y seña de laboral a nivel de Madrid e incluso español.

Un aspecto del que ella misma presumía destacando que siempre había dedicado en general parte de su actividad a tareas relacionadas con personas vulnerables. Particularizando cuando era menester desde su especialidad en la perspectiva laboralista en los servicios de orientación jurídica y, desde la perspectiva de personas con discapacidad, también en dicho servicio en los aspectos judiciales e igualmente en materia de información y difusión.

Un prestigio en el que en el Colegio inciden al aseverar que dedicó su vida a la defensa de los más vulnerables, especializándose en derecho laboral y siendo una incansable luchadora por los derechos de las personas con discapacidad. Siendo durante dos décadas la coordinadora de los servicios de educación jurídica en Magistratura y representante de la abogacía en el Foro Justicia y Discapacidad del Consejo General del Poder Judicial. Y habiendo liderado desde 2009 el Convenio específico para personas con discapacidad en materia de discriminación.

Su tan brillante como ejemplar trayectoria le arrogó diversos galardones, entre ellos el máximo al que pueden aspirar en la abogacía el de la Cruz del Orden de San Raimundo de Peñafort, cuya Junta de Gobierno es presidida por el ministro de Justicia. También poco antes de su jubilación en 2017 el Consejo General de la Abogacía Española le otorgó la Medalla al Mérito, «como un testimonio de su incansable esfuerzo y su pasión por la profesión», ya que siempre calificaba la abogacía como «la profesión más hermosa» por permitirle de alguna manera «solucionar conflictos individuales o colectivos».

Ahora el Colegio está pendiente de organizar un gran homenaje en fechas próximas como ya le han adelantado a Engracia, quien tras el entierro de su hermana en Paterna ha vuelto al domicilio lleno de recuerdos que ambas compartieron en Madrid.

Por cierto que si a Pepa le enorgullecía su trabajo, no menos acontecía con su tierra, a la que viajaba con frecuencia tanto a su pueblo como a la capital, y de la que siempre ejerció, aunque la parecía excesivo que se la considerase embajadora. «Albacete forma parte de mi vida, son mis raíces y por eso siempre no sólo lo reivindico, sino que potencio sus virtudes y recomiendo encarecidamente conocer para opinar».

Una muestra indubitable de su albaceteñismo era su sentido del humor tan de la tierra, que fue denominador común siempre. Baste un ejemplo que lo ratifica al máximo: unos buenos amigos de Pepa le dijeron que si se atrevía a montar en ala delta, lo que hizo y quedó encantada. Pero después también se atrevió a lanzarse en paracaídas, lo que cuando lo contaba, siempre lo justificaba: «Es que tengo la ventaja de que no puedo ya romperme las manos ni los pies».