Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Silencio

25/08/2023

Llevo toda la semana con acúfenos en ambos oídos y la culpa es de Oppenheimer. Supongo que los japoneses no guardan muy buen recuerdo del director del proyecto Manhattan, pero a la lista de damnificados se ha añadido mi nombre desde que el domingo pasado fui a ver la película de Christopher Nolan. Llevaba tiempo sintiendo la culpabilidad del cinéfilo que no va al cine. Ahora creo que la culpabilidad la deberían sentir quienes gestionan las salas y suben el volumen hasta un nivel insoportable, no sé si porque piensan que de ese modo la experiencia es más envolvente o solo para espantar a los espectadores veteranos. El exceso de decibelios no suele molestar a los jóvenes, capaces de frecuentar hábitats ruidosos sin la menor incomodidad. No sé si tendrá algo que ver con este fenómeno, pero llevo tiempo observando que mis alumnos cada vez hablan más fuerte entre ellos (cuando yo les pregunto tienden, en cambio, a susurrar). En nivel de ruido que se genera en un colegio o un instituto durante los descansos puede ser aterrador para quien pasa por allí. Mi vida profesional transcurre en medio de ese infierno sonoro, por lo que debería estar acostumbrado. Aun así, no concibo que uno pague una entrada de cine para que le vuelen los tímpanos y le provoquen un trauma acústico duradero. Hace poco oí una conferencia en la que un neurocientífico afirmaba que con la invención de la bombilla incandescente el género humano le declaró la guerra a la oscuridad, una guerra con consecuencias nefastas en términos de duración y calidad del sueño. Supongo que la tecnología moderna trajo también consigo la aniquilación del silencio. Además del aumento de las temperaturas y de las emisiones nocivas, la contaminación se mide por el exceso de luz y de ruido, y también la insensatez del mundo moderno. Nuestros ancestros se sorprenderían al comprobar que hemos involucionado hasta convertirnos en criaturas ensordecidas y cegadas, y un poco más aturdidas cada día.