Más allá de la dulce Cuba

María Albilla (SPC)
-

Mayte Uceda propone en 'El maestro de azúcar' una historia de amor no exenta de crudeza en un isla en plena ebullición y cambio

Los personajes femeninos que idea la autora hacen una perfecta descripción de las clases sociales de finales del XIX - Foto: J. Ocaña

La isla de Cuba ha sido a lo largo de la historia -y quizás en demasiadas ocasiones- un paraíso convulso. Qué decir si la referencia temporal es además el final del siglo XIX, 1895, en plena época colonial y a las puertas de la Guerra Necesaria que puso fin a los resquicios que le quedaban a España de llamarse imperio. De entonces databa una carta que cayó en manos de la escritora Mayte Uceda y como si las letras de esa misiva se fueran extendiendo sobre la página en blanco, ella acabó soñado y escribiendo El maestro del azúcar (Planeta).

Y como no hay buena novela histórica sin exhaustiva documentación, Uceda es de las que disfruta entre legajos. En este proceso, pero de su anterior novela, El guardián de la marea, fue cuando descubrió en un archivo aquella carta que marcaría el principio de este proyecto literario. Era la de un joven asturiano que residía en La Habana y que escribía a su familia para que le encontrasen una esposa, «una mujer buena y trabajadora» y dispuesta a viajar ultramar para contraer matrimonio.

«Hoy nos choca esto de pedir esposa por correspondencia, pero hay que darse cuenta de que la población en la isla en esa época estaba muy descompensada. Allí iban hombres mayoritariamente y no es que esto fuera la norma, pero sí relativamente habitual», explica.

Y así se arranca la acción en Colombres, Asturias. La arrogante y déspota Doña Frisia escribe una carta a don Mendo, el cura local pidiéndole mujeres para algunos de los trabajadores de su plantación, entre ellos el maestro de azúcar, uno de los puestos más importantes para la hacienda. Se inicia así una expedición dura desde la travesía y trémula durante su desarrollo, porque la vida en Cuba nunca es fácil.

«El resentimiento de unos hacia otros iba en aumento a medida que los blancos trataban inúltimente de desafricanizar lo que había africanizado. Hasta que estallaba un nuevo grito que provocaba rebeliones, incendios y ajustes de cuentas. Algunas veces los sucesos habían desembocado en una guerra; otras, las que más, la conjura se reducía a rebeliones aisladas que no conducían a nada, pero que generaban nuevos odios sobre los antiguos. Y así, una vez tras otra. En aquellos momentos estaban atrevesando un período álgido de consecuencias imprevistas. Todo podía suceder», reza la novela dejando patente lo fino que era el hilo que evitaba que el sistema ardiera.

Y con ese panorama en el Caribe arriban Mar y Paulina con dos objetivos muy diferentes. La primera, con vocación médica, parte junto a su padre que ha recibido la oportunidad de dirigir el consultorio de la plantación Dos Hemanos.  La campesina, viuda y humilde, acepta la boda con un hombre que no conoce. Ambas están unidas por un mismo destino en el que el amor y la lealtad chocan con la tremenda dureza de las condiciones de trabajo en los ingenios, el salvajismo, el maltrato y el choque de culturas.

La mujer tiene un papel muy importante en esta novela y los personajes femeninos componen un amplio abanico de las personalidades de la época, «algo no planeado cuando, además el libro tiene un título tan masculino». 

«Es un elenco de mujeres de diferentes clases sociales, cada una con su problemática que me gustaría que interesen al lector, que se metan en la perspectiva de aquella época desde una mujer culta, una criada española, una doméstica, la patrona... Es una forma de conocer el contexto histórico desde diferentes perspectivas», explica la autora. 

Y pese a tener esa amplia orquilla femenina, con el personaje que más se identifica la escritora asturiana es con un hombre, Víctor Grimani, el maestro de azúcar, un hombre culto y viajero con una sensibilidad especial, la necesaria para este oficio en el que  había que obtener la mejor calidad del grano utilizando los sentidos. «Eso me fascina, que fueran capaces de focalizar toda su atención en una cosa tan pequeña y decidir cuándo ha llegado a su grado óptimo».

Se nota que Mayte Uceda se siente cómoda en la novela histórica. Es detallista en las descripciones, certera en los datos, fía su futuro a este género con el que ella disfruta escribiendo y sus seguidores leyendo.