«Miles de personas mueren a diario y no son noticia»

Virgilio Molina
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El ciclo de conferencias de Aluex contó con la intervención del sacerdote de la Diócesis albacetense, Miguel Giménez Moraga, misionero en Burkina Faso entre 1995 y 2000

El sacerdote de la Diócesis albacetense, Miguel Giménez Moraga. - Foto: Víctor Fernández

El ciclo de conferencias de Aluex contó con la intervención del sacerdote de la Diócesis albacetense, Miguel Giménez Moraga, misionero en Burkina Faso durante cinco años, que centró su charla en la colaboración de Albacete con África.

Una valiosa línea de ayudas que se remonta en el tiempo ya varias décadas.

Sí, la relación establecida entre nuestra Diócesis y Burkina Faso se traduce en nuestra labor como misioneros durante 25 años en este país africano, concretamente en Safané,  una colaboración que se llevó allí directamente y también desde Albacete.

Una colaboración muy importante desde el punto de vista educativo, ¿ no es así?

Nosotros hemos posibilitado, entre otras cosas, un instituto de Enseñanza Media y  alrededor de 3.000 plazas escolares desde 1998, aunque la colaboración también se extiende a otros ámbitos, sé que la Diócesis de Albacete colabora económicamente en adquirir motocicletas para que los  curas nuevas puedan desplazarse por los pueblos o en el arreglo de edificaciones, concretamente a través de mí se vehicularán este año en torno a 12.000 euros de ayudas a familias y para apoyo educativo.

En su caso también ha dedicado su tiempo al asesoramiento de inmigrantes subsaharianos en Albacete.

Más que asesorar les acompaño desde que volví de Burkina Faso en el año 2000, una labor de acompañamiento y acogida de estos inmigrantes  para ayudarles en mil y una situaciones. En Malí también visité en 1998 y 1999, junto a un matrimonio de Albacete, a decenas de familias de los chicos a los que conocí y acompañé aquí, dando un poco razón de ser de sus hijos en nuestra tierra.

Esa solidaridad, ¿se antoja si cabe más necesaria hoy en día por el agravamiento de la situación en muchos países del continente?

De hecho parte de nuestra colaboración, como le dije, consiste en aumentar el número de plazas escolares con el fin de que la gente esté más formada, posibilitando que no tengan necesidad de dejar su país y evitar una peligrosa travesía, aunque en países como Burkina Faso, Níger o Malí  el terrorismo está arruinando a unas poblaciones que ya eran pobres de por sí.

¿Qué fue lo que más le impacto en su labor misionera?

No sabría decir, cuando viajé a Burkina por primera vez caí en la cuenta de que debía ponerme unos tirantes en el alma, aunque a mí nunca se me cayó el alma al suelo, porque no podía dejarme abatir por las múltiples situaciones de miseria y necesidades, sí que me impacto lo acogedera que es aquella gente y su conformismo, en la medida en que hasta finales de los años 90 no conocían otra cosa. Basta hacernos una radiografía en el corazón para comprender que el Primer Mundo vive en muchos aspectos gracias a los que se les expolia a estos países y luego se les manda en el mejor de los casos un 0,7% miserable a modo de dádiva.

      Tengo muchas experiencias impactantes, por ejemplo cuando llegué a Burkina Faso había un niña, hija de un colaborador de una de las misiones, que nació con una pierna desencajada y a los dos años estaba muy triste, inútil, tirada en el suelo y, gracias a la labor de la misión, cuando a los cincos años regresé se quedó saltando y riendo.

¿Es preciso potenciar la labor de sensibilización en nuestra sociedad respecto a esas carencias?

Sí, a la población europea en general, por ejemplo cuando hace años asesinaron a un misionero español en la frontera de Malí toda la prensa se volcó en el suceso, pero después las miles de personas que mueren casi a diario no son noticia, porque, entre comillas, no son de los nuestros; no obstante sí puede asegurar, por ser testigo en primera personas, de que existe una gran solidaridad en bastantes personas de a pie hacia aquellas gente, no tanto de las instituciones.