Javier López-Galiacho

Javier López-Galiacho


El pueblo del Nescafé

24/10/2023

En la otoñal y soleada tarde del pasado sábado decidí volver al pueblo de mi abuela materna, Valdeganga, y luego hacia la bella Alcalá del Júcar. Me encaminé por la carretera de Mahora, pasando antes por el paraje natural de Las mariquillas, en la ribera del Júcar, donde llegó a haber una playa artificial en la que de niño me bañé. En Valdeganga, el pueblo de mi abuela paterna, Jacinta Gallego, y a donde llegó en los años 20 como médico rural el que sería su esposo, el doctor Emilio López Galiacho, tras sobrevivir como héroe al Desastre de Annual, bajé hacia la ribera del Júcar, donde nuestro río se hace señorial. Allí traspasé a pie su viejo puente, que ahí sigue, superando incluso un intento de voladura en la Guerra de la Independencia contra los franceses y me dirigí a la chopera que fue de mi abuela y donde de niño comíamos habas y cangrejos de río. Hacia Alcalá continué viaje, tomando la impresionante ruta de las Hoces del río Júcar que corta en tajo La Manchuela entre cañones de piedra. Pasé, tras sortear la sinuosa bajada del paraje de Alcozarejos, por pueblos blancos clavados en esas las paredes verticales excavadas durante miles de años por el propio río Júcar. Lugares increíbles, unidos por carreteras mínimas, como Cubas, Maldonado o Calzada de Vergara, hasta alcanzar la almohade localidad de Jorquera del siglo XII. La vieja Jorguera, con su núcleo urbano asentado en el impresionante cerro sobre ese viejo río al que los romanos llamaron Sucro y los árabes Xuqr. Y desde allí enfilé hacia Alcalá del Júcar. Volví a ver su plaza de toros singular y serrana y su castillo almohade por el que se lanzó la princesa cristiana Zulema huyendo del rey moro. Subí por esa empinada Alcalá árabe con sus cuevas-mirador de El diablo, Masagó y El Duende. Caía la tarde. El sol se ocultaba tras el castillo. Tocaba regresar al viejo Albasit. Remonté la cuesta hacia Casas Ibáñez, pero antes me detuve en el mirador privilegiado de Alcalá desde Las Eras. Qué belleza de pueblo. No me extraña que los suizos de Nestlé lo eligieran para su anuncio de la Navidad de 1988, rodado por el mítico Víctor Erice, convirtiendo a nuestro Alcalá en el pueblo de aquel Nescafé, sí, el de los «buenos momentos». No busquemos más. Quizá la felicidad sólo sea degustar esos buenos momentos. Como la tarde del pasado sábado.