Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


El fumador

30/12/2022

Me gustaría cerrar el año con una columna especial, una columna feliz, una que, sin ser el Himno de la Alegría de las columnas, tuviera al menos la virtud de resultarle agradable a todo el mundo sin ofender a ningún colectivo o minoría. Sin embargo, para lograrlo tendría que dejar el resto de las líneas en blanco, lo que creo que cabrearía bastante al editor de este diario, con el riesgo de dejar de cobrar la generosa remuneración que recibo por cada uno de estos artículos. Así que he decidido no escribir una de esas columnas que ofenden a mucha gente o a un sector de lectores que probablemente ni siquiera me haya hecho nada (por ejemplo, los cazadores o los ciclistas, entre los que incluso podría haber buenas personas que pagan sus impuestos y aman a sus hijos). En lugar de ello, se me ha ocurrido escribir un artículo para atacar a un único ciudadano, y dejar tranquilos por una vez a todos los demás. Como destinatario de mis dardos, he elegido a un tipo al que veo casi a diario camino del trabajo. Suele emboscarse en un soportal de la calle Octavio Cuartero como si estuviera al acecho, pero lo delatan las bocanadas de humo con que nos obsequia a los viandantes en plena cara. He estado tentado más de una vez de pararme en seco y ponerlo verde por tan incívica conducta, pero temo que un sujeto así no conozca más leyes que las de la jungla, lo que me haría llevar las de perder en una posible disputa. Por eso sigo adelante rumiando mi ira y mi cobardía, y aguantando un hedor a tabacuzo negro que tarda minutos en disiparse de mi ropa y mi pelo. A este imbécil, solo a él, lo mando a tomar por saco públicamente desde esta tribuna. A todos los demás (ciclistas y cazadores incluidos) les deseo un muy feliz año nuevo.