Los pactos no siempre benefician a todas las partes implicadas. De hecho, lejos de la deseada sinergia, casi siempre hay uno que sale menos beneficiado. Y es que toda asociación, en lo necesario de su propia naturaleza, basa su puñetera razón de ser. Sánchez se alió con Bildu porque no le quedaba más remedio. Y de esa unión de barro vienen estos lodos, ¿o es que se pensaban desde el Gobierno que todo iba a ser coser y cantar con los otrora Herri Batasuna? Durante cuatro años el PSOE ha gobernado en España gracias a los apoyos de independentistas catalanes y vascos; esto es una realidad. Llegados a este punto hay que reconocer que siempre será mejor verlos defender dialécticamente su antespañolismo desde sus escaños, que seguir soportándolos, reventando nuestras calles y sienes. Sus palabras no matan, aunque duelan. Flaco favor le han hecho al presidente, desde Bildu, al sacar a ETA a pasear a pocos días de unas elecciones municipales y autonómicas y a escasos meses de unas nacionales. Pero ellos no lo han hecho para ponerle en un brete, la razón por la que un miserable elenco de etarras, me niego a llamarles ex, forma parte de sus listas procede de una intensa y ineludible exigencia de sus votantes. Y así se demuestra que tras el nombre de Bildu todavía hay mucho nostálgico y, por ende, apólogos de la extinta banda terrorista. Ésta es otra evidencia. Pero lo peor de todo es que tras el susto inicial, y ante el estupor general, a Sánchez le costó horrores condenar públicamente esta fétida maniobra. Y cuando lo hizo fue tan suave que apenas nadie lo notó. Y es que, nada más y nada menos, que la supervivencia del actual Gobierno de España, está en juego. Al otro lado del disparate siempre nos topamos con Ayuso. En su habitual dislate, la presidenta madrileña resucita a ETA a su favor. No debería olvidar la lideresa popular que uno de los logros más importantes de la democracia en la que vivimos es que entre todos -también ella, aunque ahora no le convenga- hemos acabado con el terrorismo en España. Votos de plomo.