Elena Serrallé

Elena Serrallé


Las caricias del diablo

15/05/2024

Si la semana pasada hablábamos de «las caricias de Dios», ésta es el turno de la versión villana, esto es, las del diablo que, como bien sabéis, ocurre como con las meigas, haberlas haylas.
La primera que se me viene a la cabeza provoca que se me encoja el estómago, ese golpe traicionero del dedo meñique chocando contra la pata de una mesa, de una silla, de una cama. Además, debido a las milésimas de segundo que transcurren desde que se produce la colisión hasta que el cerebro reacciona, hay tiempo suficiente para ver tu vida pasar en diapositivas. Lo siguiente es una onomatopeya versión alarido en arameo cuya transripción me resulta imposible.
Lo de la impresora es una caricia diabólica en mayúsculas. Regla número uno: que no huela tu prisa, de lo contrario, estás perdida. Camina despacio, ejecuta la orden desde el teclado de manera sosegada, pausada, si detecta un atisbo de velocidad se atascará el papel, el tóner morirá, la conexión se habrá interrumpido o las dimensiones del folio son incompatibles y de nuevo la onomatopeya imposible de transcribir.
Perder el tren, pinchar una rueda, que no haya café para desayunar, un corte de agua, que se te peguen las lentejas, el portazo con las llaves dentro, que te cague una paloma y te arruine la americana recién estrenada, que te cague una paloma, aunque no te arruine la americana recién estrenada, que se te parta una muela mientras cenas fuera de casa. Todas estas situaciones, con onomatopeya imposible de transcribir incluida, son algunos, sólo algunos ejemplos de las caricias del diablo.